Por Jorge E. Traslosheros H. |
La línea de ataque contra el Papa Francisco ha sido trazada por grupos neopuritanos dentro y fuera de la catolicidad. Lo acusan, desde distintas trincheras, de no enfrentar con suficiente energía los grandes problemas del mundo y de la Iglesia, aunque por ello entiendan cosas muy distintas.
Para ilustrar tomaré al caso del reporte que el comité sobre la Convención de los Derechos de los Niños de la ONU publicó, no hace mucho, sobre la protección de menores en la Iglesia.
Cuando fue divulgado, el reporte parecía llamar a escándalo. Sin embargo, al pasar los días, quedó claro que estaba cargado de falsedades y despropósitos. Condenaba a la Iglesia por no hacer lo que sí había hecho, para luego demandar que cambiara su doctrina sobre vida, matrimonio y sexualidad entre otras cosas. En otras palabras, exigía a la Iglesia el abandono de sus convicciones en torno a la dignidad humana y que firmara un cheque en blanco a favor de la dictadura del relativismo. En suma, un absurdo con dedicatoria a Francisco, quien aparecería, de no ceder, como cómplice de la barbarie. La especie encontró voceros, incluso en México.
La respuesta de la Santa Sede fue clara, serena y contundente. Corrió a cargo de Federico Lombardi, vocero del Papa, y del cardenal Tomasi, representante de Francisco ante la ONU. Desmintieron infundios y no cedieron al chantaje.
No obstante, el informe fue usado también al interior de la Iglesia para golpear al Papa. No faltaron analistas del acontecer eclesiástico, como el italiano Sandro Magister, quienes aprovecharon la ocasión para acusar a Francisco de no defender con decisión a la Iglesia, esquivar la confrontación y guardar silencio ante temas difíciles del debate cultural como el aborto y la eutanasia. Igualmente absurdo; pero siguen con la cantaleta.
Este tipo de ataques tienen un común denominador dentro y fuera de la Iglesia. Están orquestados por grupos puritanos de nuevo cuño. Entendámonos, el puritanismo no es una patología exclusiva de la religión. Es, ante todo, una posición acremente intolerante de ciertos grupos contra quienes no siguen su rígido código moralista, ya se trate de miembros de una comisión de la ONU o de quienes se escudan tras las calumnias de analistas como Magister. Poca sorpresa, coinciden con quienes también atacaron a Benedicto XVI.
Los neopuritanos quisieran que Francisco se quedara quieto y guardara silencio; pero al ver frustrado su anhelo, vociferan creando una narrativa contraria a la realidad. Un acto literal de perversidad.
Lo que molesta a estos grupos, de tan diverso signo, es el buen paso de Francisco y el entusiasmo que provoca entre católicos, otros cristianos y personas de buena voluntad. Ha intensificado el ritmo de las reformas conciliares, habla con claridad de temas candentes, mantiene vigorosa batalla contra la cultura del descarte y ha redoblado el esfuerzo para hacer transitar a la curia vaticana, de un estatuto de gobierno a otro de servicio. Lo que buscan es reducir a la Iglesia y al Papa a la medida de su pequeño y moralista tamaño.
La temporada de confrontaciones está abierta, la narrativa contra el Papa ya fue trazada y es de esperarse que aumente con el paso de los días. Por ahora, algunos obispos polacos ya se sumaron al chismorreo. Sólo una cosa debe quedarnos clara, los procesos de reforma no tienen retorno, aunque los nuevos puritanos tengan que comerse su hígado en calidad de chicharrón.
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