PINCELADAS | Por Justo López Melús  (+) |

Los santos y los grandes hombres realizan sus actos sin alardear. Como aquel santo, que contestaba, a las propuestas de su ángel, que él no deseaba ni el don de curación ni ser considerado modelo de virtud. Sólo deseaba hacer el bien, sin darse cuenta. Y se le concedió el don de curación a su sombra, la que él no viera, la que quedaba a su espalda, la única en que se fijarían las gentes.

Como el abad Nisterio, en el desierto. Apareció un dragón y el abad huyó corriendo con todos sus discípulos. De momento les extrañó. No esperaban esa reacción del abad. Luego le preguntó un discípulo: «Padre, ¿también vos os asustasteis?». «No -le contestó-, pero era mejor huir del dragón que tener que huir luego del espíritu de vanidad».

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