CRÓNICA DE LA VISITA AD LIMINA / Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas / desde Roma /

Empezamos la semana celebrando la Misa, a las 8 horas, en la tumba del apóstol Pedro, que está en el subterráneo de la Basílica del mismo nombre. La presidió el arzobispo de Morelia, Mons. Alberto Suárez, quien nos invitó a renovar nuestra respuesta de amor a Jesús, como lo hizo Pedro, para sostener firme nuestra consagración en la Iglesia. Tuve muy en cuenta las peticiones de oración que me hicieron llegar, así como las necesidades de cuantos formamos la diócesis, sobre todo de los enfermos y de cuantos sufren por distintos motivos. La oración eclesial es nuestra fuerza.

De 9.30 a 10.30 tuvimos un encuentro en la Congregación para los Obispos, que se encarga de ayudar al Papa en la selección de candidatos al episcopado y su formación permanente. Participamos obispos de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Veracruz y Chiapas. Después de compartir algunas realidades de estas regiones, dialogamos sobre la presencia de otras religiones y qué se está haciendo para promover la evangelización. Se insistió en la participación misionera de los fieles laicos y su formación, así como en la promoción de más vocaciones sacerdotales y religiosas. Insistí en la importancia del servicio que dan los diáconos permanentes.

De las 12.30 a la 1.15 fue el encuentro plenario de todos los obispos mexicanos con el Papa. Después de un saludo oficial que le hizo el cardenal Francisco Robles en nuestro nombre, el Papa nos entregó su mensaje escrito, que prefirió no leernos, para tener tiempo de saludarnos personalmente e intercambiar algunas palabras más directas con cada uno. A mí me dijo que estaba insistiendo en que se nos dé pronto una respuesta a los asuntos pendientes en la diócesis, como las traducciones litúrgicas y lo de los diáconos permanentes. A todos nos insistió en cuidar una doble dimensión: con Dios en la oración, y con nuestro pueblo, estando cerca de sus dolores y esperanzas.

De su mensaje, resalto algunos párrafos. Nos dijo: “Las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover el espíritu de concordia, a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos los Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre, y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio.

Conozco vuestros desvelos por los más necesitados, por quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan en condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios sociales, los migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los campesinos… Sé de vuestra preocupación por las víctimas del narcotráfico y por los grupos sociales más vulnerables, y del compromiso por los derechos humanos y del desarrollo integral de la persona. Todo esto, que es expresión de la íntima conexión que existe entre el anuncio del Evangelio y la búsqueda del bien de los demás, coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de los pastores”.

Nos insistió en formar fieles laicos que hagan presente el Evangelio en la sociedad, también en la política. Dedicó párrafos a los jóvenes y la familia, la parroquia y la piedad popular, la cercanía con los sacerdotes y la debida formación de los seminaristas, la atención a las vocaciones consagradas y la puesta en práctica de las líneas pastorales del documento de Aparecida. Nos repitió que rezáramos por él.

Fue un encuentro breve, pero muy cordial. El Papa se despidió de cada uno diciéndonos que tenía que acudir al “tormento del dentista”.

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