Por Julián López Amozorrutia |

La paz se construye lentamente. Para ser auténtica, no puede imponerse por la fuerza. Requiere la convicción interna de las personas, la estructuración sensata de las instituciones y los modelos de relación, la configuración de una cultura capaz de resolver los conflictos.

A su regreso de Tierra Santa, el Papa Francisco recordó que, en síntesis, tres habían sido sus propósitos al realizar dicha peregrinación: «El primero, conmemorar el encuentro del Papa Paulo VI y del Patriarca Atenágoras, hace cincuenta años». El segundo, «animar el proceso de paz en Oriente Medio». El tercero, «confirmar en la fe a las comunidades cristianas, que sufren tanto, y expresarles la gratitud de la Iglesia por su valiente presencia en Oriente Medio y su impagable testimonio de esperanza y caridad».

Sobre la primera intención, un resultado inmediato es ya la Declaración conjunta de Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I. En ella, además de recordar los esfuerzos de diálogo que se realizan en el ámbito teológico, adelantaron el «deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad, especialmente en la defensa de la dignidad de la persona humana, en cada estadio de su vida, y de la santidad de la familia basada en el matrimonio, en la promoción de la paz y el bien común y en la respuesta ante el sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo», reconociendo «que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los recursos son un desafío constante», y que es común deber «intentar construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado». También se refirieron a la responsabilidad ecológica y a tutelar la plena libertad religiosa.

Además, se ha anunciado ya que se habrá de organizar un encuentro en Nicea para celebrar los 1700 años del primer concilio ecuménico, en el 2025. En una amplitud de miras que trasciende lo coyuntural y pasajero, el cauce de la historia se presenta en una panorámica conmovedora.

Sobre la segunda intención, el Papa mencionó a su regreso: «He querido llevar a todos en el corazón, exhortándolos a ser artesanos de la paz y agradeciendo a las autoridades los esfuerzos en favor de los refugiados y su compromiso por apaciguar los conflictos». En tal contexto invitó al Vaticano a los presidentes de Israel y de Palestina, «para rezar juntos por la paz». En efecto, durante el rezo delRegina coelien Belén, dijo expresamente:

«Señor Presidente Mahmoud Abbas, en este lugar donde nació el Príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al Señor Presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger este encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano. Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de los pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta tierra y de todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz».

A esta insólita invitación ha habido ya una respuesta positiva. Sin ser un momento de negociación ni de diálogo humano, el presidente de Israel y el presidente de Palestina se reunirán el próximo 8 de junio, para orar por la paz, en la casa del Papa. La ocasión coincidirá con la solemnidad cristiana de Pentecostés, en la que se implora al Espíritu Santo.

La tercera intención también se realizó bajo el tenor de la paz. Durante la Misa en Amán-la antigua Filadelfia-, fue en referencia al Espíritu Santo que se planteó el deber cristiano de ser artesanos de la paz. «La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía -Él mismo es armonía- y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad».

Y más adelante: «La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir ‘artesanalmente’ mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza».

La visita de Francisco a Tierra Santa resultó, así, un gran abrazo de paz en diversos niveles. No podemos sino augurar, con la paciencia de la fe y la perseverancia esperanzada de la caridad, que paulatinamente vaya rindiendo sus frutos.

Publicado en el blog Octavo Día, de El Universal (www. eluniversal.com.mx), el 30 de mayo de 2014. Reproducido con autorización del autor: padre Julián López Amozorrutia.

 

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