Por Fernando Pascual |
Las palabras lo soportan todo, la mente no. Así decían los griegos. Después de varios milenios, también ocurre hoy. Por ejemplo, cuando se habla de “salud reproductiva” en relación a los así llamados “abortos seguros”.
Fijémonos por un momento en esas expresiones. La idea de salud implica preservar la vida, no destruirla. Si se añade el adjetivo “reproductiva”, el significado podría parecer claro: se trata de cuidar la salud en todo lo que se relaciona con las funciones reproductivas, también en lo que se refiere al embarazo, al parto y la lactancia.
Incluir como parte de la salud reproductiva el aborto procurado encierra una fuerte contradicción. Si alguien provoca un aborto, elimina una vida humana. Es decir, comete un acto contrario a la vocación propia de la medicina, va contra la integridad y la salud de un ser humano pequeño, indefenso, necesitado de todo.
Algunos dirán que hay abortos que se hacen para promover la salud de la madre, incluso para salvar su vida. Un aborto con una finalidad buena no deja de perder su carácter intrínsecamente injusto: nunca será correcto destruir de modo directo una vida humana inocente, ni siquiera para beneficiar a otro ser humano.
Otros añadirán que por culpa de abortos clandestinos son dañadas o incluso mueren cientos de mujeres. Con esa motivación, exigen y piden que el aborto sea legalizado precisamente para evitar los graves peligros que se dan en miles de abortos realizados sin las suficientes garantías sanitarias.
Este modo de pensar, sin embargo, vuelve a ser contradictorio. Si el aborto consiste en eliminar la vida del hijo en el seno materno, y si un acto de ese estilo es siempre una injusticia muy grave, no tiene sentido legalizarlo para evitar los inconvenientes que se producen cuando los abortos se realizan en la clandestinidad. Los delitos lo son siempre, y los peligros que puedan darse si alguien busca realizar algo tan injusto como el aborto no justifican convertir en bueno lo malo para evitar tales peligros.
Por eso resulta patente la contradicción de la fórmula “aborto seguro”. Si sería ridículo hablar de “robos seguros” y promover leyes que obligasen a los bancos a una serie de medidas para evitar que los ladrones sufrieran daños a la hora de escapar con el dinero, también es paradójico añadir la palabra “seguro” a la eliminación de los hijos, por olvidar lo que ocurre en cada aborto: la muerte provocada de un ser humano inocente.
Es cierto, las palabras lo soportan todo. Por años grupos de poder han inventado fórmulas para vender un delito como algo normal e incluso como algo bueno. En realidad, nunca llegará a ser correcto cubrir bajo la idea de salud el acto que elimina a un hijo. Y nunca será “seguro” el modo de realizar abortos que va contra uno de los principios de la verdadera seguridad: evitar daños a los inocentes.
Afortunadamente, existen diversas voces que denuncian la manipulación que se encierra en este tipo de expresiones. Unirnos a ellas permitirá salir del engaño de los abortistas y preparará el terreno a una cultura de la salud y de la seguridad, para el bien de los hijos y de sus madres, especialmente cuando éstas encuentren dificultades serias a lo largo de los meses del embarazo.