Por Francisco Xavier Sánchez |

Estamos en plena copa del mundo de futbol 2014. El deporte es algo maravilloso y las grandes civilizaciones lo han promovido entre sus ciudadanos. Sin embargo el deporte (al igual que prácticamente todo: política y religión por ejemplo) también se puede pervertir, por diferentes razones, y convertirse en elemento de enajenación. En México el fútbol está ligado a Televisa y por lo tanto al Poder político y económico. Es lamentable ver el contraste entre salir a las calles y festejar un triunfo -a veces ridículo- del TRI (esta palabra no es exclusiva de Alex Lora) por mucha gente; y la pasividad de la gran mayoría de la población a las decisiones antidemocráticas de nuestros gobernantes.

Hace cuatro años hice una reflexión sobre futbol y cristianismo, de la que ahora retomo algunos elementos. Cristo, al igual que El “piojo” Herrera, también fue seleccionador y entrenador de un equipo (sus discípulos). 12 apóstoles entre los que hubo de todo: un capitán (Pedro), defensas (para defender la fe), delanteros (para proclamar su palabra), e incluso alguien que metió un autogol (traicionando al Maestro). Sin embargo existen muchas diferencias entres la selección de Jesús y la de varios equipos de futbol hoy en día (sobre todo el nuestro). Por ejemplo los patrocinadores y el dinero. Ahora los jugadores de futbol están llenos de estímulos económicos desorbitantes y escandalosos frente al hambre mundial; Jesús en cambio les recomienda no llevar nada material que los distraiga: ni bastón, ni morral, ni sandalias. Partir al mundo únicamente con el testimonio de su presencia, y de su palabra, para anunciar la paz a los poblados.

Es hermoso vivir un mes de convivencia mundial en el que se conoce un poco más acerca del otro (cultura, lengua, tradiciones, colores, cantos): africanos, americanos, europeos, etc. Al final algo positivo que queda de todo esto, es la “intuición” de que se puede construir la paz. Sí, la paz es posible entre pueblos con lenguas, religiones y culturas distintas. Sin embargo para que la paz no sea una simple intuición vaga que se vive cada cuatro años en la copa del mundo, en los juegos olímpicos, o durante un concierto de rock por ejemplo; es necesario algo más que la búsqueda nacionalista por demostrar que somos los mejores del mundo; es necesaria la humildad del discípulo. Jesucristo envía a sus discípulos no para anunciar productos, o la superioridad de su poblado, o de su religión, o incluso para anunciarse a ellos mismos. Jesús los envía a anunciar la paz: “digan paz a esta casa”; a convivir con los extranjeros:“coman y beban de lo que les ofrezcan en las casas”; y para sanar: “curen a los enfermos”. Todo lo anterior es “proclamar y construir el Reino de Dios.”

Cualquier intento por buscar la paz nos puede llevar a Dios (deportes, conciertos, etc.), sin embargo estos intentos fracasan cuando nos falta la humildad del discípulo. No hay que idolatrar a ninguna selección, jugador, o cantante, por buenos que sean o hayan sido. El deporte y los seres humanos ganaríamos mucho si hubiera menos dinero de por medio y más deseos de convivencia sincera con el extranjero nuestro hermano. Mientras se sigan construyendo muros que separen a los hombres y barreras económicas que opriman a los pobres; el futbol –y no la religión, como decía Marx en su tiempo– seguirá siendo el opio del pueblo.

 

 

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