Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

VER

En mis frecuentes visitas a las comunidades de la diócesis, disfruto mucho los paisajes, las montañas, los ríos, la gran variedad de árboles y plantas, las aves, las flores, la lluvia, los lagos, la abundancia de agua, los cafetales, el maíz, el frijol, la diversidad de frutas y toda la exuberancia con que Dios adornó esta región del sur de México. Es motivo de contemplación, de gozo, de adoración y alabanza a quien gratuitamente nos ha regalado esta poco apreciada riqueza ecológica.

Pero ¡qué dolor ver la constante y progresiva depredación de la madre tierra! Montañas que antes estaban pobladas de árboles, que eran un descanso hasta para la vista, ahora sólo tienen piedras. Los campesinos, para comer, tiraron los árboles para sembrar maíz. Al principio, había buena tierra entre las piedras y se levantaban regulares cosechas; pero, con la lluvia, esa buena tierra se fue en deslaves crecientes hacia los ríos; ahora sólo hay piedras, donde ya nada se produce. Lo peor, sin embargo, fue que, con la corrupción y el soborno como sistema, empresarios talamontes arrasaron con todo y nada quedó. Yendo hacia Tuxtla o Comitán, deprime ver montañas pelonas, llenas sólo de piedras que a nadie benefician. La pobreza se hace mucho más evidente.

Disfruto mucho los diversos colores de algunos ríos, entre verde claro y azul turquesa. Admiro su esplendor, sus matices, sus cascadas. Pero después de una lluvia, cambia por completo su color: son cafés, chocolatosos, por toda la tierra que llevan, consecuencia de la deforestación. Los árboles sirven para filtrar y conservar el agua; pero si no hay árboles, la lluvia arrasa con la tierra buena y toda se va a los ríos. Se acaba el agua para los pueblos, los ríos se contaminan, ya no hay peces, no se puede uno ni bañar, y se cambian los ritmos ecológicos, con desastres y deslaves por todas partes.

¡Cómo estamos destruyendo la obra de Dios! Y esto no es cosa sólo del sistema social, económico y político; también lo es, pues a algunos sólo les importa el dinero, sin respetar personas y naturaleza; pero también es fruto de nuestra deficiente conciencia ecológica. 

PENSAR

Al respecto, nos ha dicho el Papa Francisco: “En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada está escrito: ‘Y vio Dios que era bueno’. Si Dios ve que la creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver que la creación es algo bueno y hermoso. Por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza.

El don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podamos disponer a nuestro gusto; ni mucho menos es una propiedad sólo de algunos, de pocos. La creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas.

Debemos custodiar la creación, porque es un don que el Señor nos ha dado; es el regalo de Dios a nosotros. Nosotros somos custodios de la creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios. Esta debe ser nuestra actitud respecto a la creación: custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá” (21-V-2014). 

ACTUAR

Asumamos cada quien, desde nuestra propia responsabilidad, esta urgencia de cuidar la madre tierra. Los padres de familia, los educadores, los medios de comunicación, los agentes de pastoral, las organizaciones sociales, seamos factores educativos no sólo para evitar la deforestación creciente, sino para sembrar árboles y poner la basura en su lugar. Se trata no de una moda ecológica, sino de cuidar la obra y regalo de Dios.

 

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