Por Jorge E. Traslosheros H. |

El evento más importante de la peregrinación de Francisco a Medio Oriente fue el encuentro con el Patriarca Bartolomé de Constantinopla, ante el sepulcro vacío del Resucitado. Firmaron una declaración que señala el camino presente y futuro de las Iglesias de tradición apostólica y, en mucho, del cristianismo.

El documento lo podemos dividir en dos momentos. Un proemio en que se valora lo mucho avanzado en la unidad en los últimos cincuenta años, frente a mil de división y malos entendidos; y la explicación del ecumenismo en sus aspectos paradigmático y programático.

El ecumenismo paradigmático no consiste en buscar ciertos elementos comunes, nada conflictivos, para caminar sin molestarse demasiado e ignorando diferencias. Implica, por el contrario, buscar la verdad del Resucitado para confesar un solo Evangelio, reconociéndose miembros de la misma familia, valorando las diversas tradiciones formadas a lo largo de la historia, hasta participar juntos en el “banquete eucarístico”. Se trata del camino que conduce a la unidad plena en Cristo. Sin duda, es mucho lo que se ha avanzado; pero tampoco estamos cerca de la meta. Será un gozo reservado a futuras generaciones, cuando el encuentro en la caridad sea tan fuerte que permita lucir a la Verdad sin los prejuicios heredados durante los últimos mil años.

Ahora bien, el camino de la unidad implica, asimismo, lo que Francisco llama el ecumenismo de sangre, dolor y caridad, es decir, un programa actual de servicio a la humanidad que el documento presenta en cinco puntos.

1.- Colaborar en la construcción de una sociedad “justa y humana en la que nadie se sienta excluido”, a través de tres ejes de acción: la defensa y promoción de la dignidad de la persona en cada momento de su existencia, la santidad de la familia fundada en el matrimonio y, la promoción de la paz y el bien común.

2.- La defensa de la Creación en contra del ilícito maltrato del planeta, pues “constituye un pecado a los ojos de Dios”.

3.- La “efectiva y decidida” cooperación entre los cristianos para promover la libertad religiosa, pues es mucho lo que el cristianismo “sigue ofreciendo a la sociedad y a la cultura contemporánea”. Libertad que implica necesariamente el diálogo con el Judaísmo, el Islam y otras tradiciones religiosas.

4.- Católicos romanos y ortodoxos se comprometen a ser voz y baluarte de los cristianos perseguidos en Medio Oriente, pues tienen derecho a ser ciudadanos plenos en sus patrias de origen, especialmente en Egipto, Siria e Iraq.

5.- En momentos difíciles para la humanidad, agobiada por la violencia y el egoísmo, resulta imperioso llevar la esperanza cristiana mediante el testimonio para redescubrir el camino de la verdad, la justicia y la paz, en unión con creyentes de cualquier tradición religiosa, con hombres y mujeres de buena voluntad. “Estamos convencidos que no son las armas, sino el diálogo, el perdón y la reconciliación los únicos medios para logar la paz”.

Observamos, pues, la profundidad del movimiento ecuménico que está devolviendo al cristianismo su rostro original. Sólo podía confirmarse en el lugar donde Jesús crucificado, muerto y sepultado, resucitó. La Iglesia, una e indivisa, nació en Jerusalén y es ahí donde tenía que mostrarse dócil al Espíritu Santo, para ofrecerse a la humanidad de hoy. El futuro de la Iglesia debe leerse en clave ecuménica. No soy optimista, tan sólo me dejo llevar por la esperanza del Resucitado.

jorge.traslosheros@cisav.org
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