Pir Jorge Traslosheros |

Nuestra cultura tiene una grave infección llamada violencia, cuya consecuencia es la muerte. Así, cualquier noticia que afirme el derecho a la vida como principio rector de la convivencia social me llena de gozo y esperanza, como las recibidas desde Nuevo León y Guerrero donde este derecho se abre camino.

Lo curioso es que, una vez más, los católicos hemos sido acusados de promover estas iniciativas legales por la vida, de estar motivados por el oscurantismo y de oponernos a la causa del progreso. Entre las voces escucho gente que estimo, por lo que debo ocuparme del asunto.

La primera de las acusaciones debo aceptarla. En efecto, los católicos hemos desplegado un gran movimiento en la sociedad civil para proteger la vida desde su inicio hasta la muerte natural, lo que se menciona con frecuencia; pero también en defensa de la libertad y la dignidad de la mujer embarazada, de lo que nadie habla. Comprendemos que el Derecho es cultura, crea cultura y orienta la conducta. Por eso nos importa. Queremos una cultura centrada en la dignidad humana y no somos los únicos. Otros sectores de la sociedad civil, con y sin práctica religiosa, caminan en la misma dirección a veces en alianza, otras en convergencia, siempre como hermanos. Es un movimiento esencialmente civil formado por laicos, carece de “nómina de filiación”, no obedece a ninguna “comandancia suprema”, no tiene alianzas políticas, no forma parte de una “conspiración sotánica” (por eso de las sotanas), ve con simpatía a quien se sume sin importar su color y la pluralidad es su principal distintivo porque nace de la sociedad civil.

La segunda acusación la rechazo. La promoción de la vida de principio a fin no obedece a ningún oscurantismo, sino a la vocación del cristiano por hacerse cargo de los más frágiles y pequeños dentro de la sociedad. Con enorme sencillez lo explicó el Papa Francisco, nuestro líder espiritual, hombre respetado no solamente por católicos, en su Exhortación Apostólica (n. 209 a 216). Nuestra motivación está centrada en la razón, pues no hay nada más razonable que proteger a los débiles. La agenda es muy amplia e implica a las mujeres que sufren violencia y exclusión por diversas situaciones incluyendo el embarazo, toxicodependientes, refugiados, indígenas, migrantes, ancianos, jóvenes, niños y niñas por nacer, extendiéndose a cuantos sufren la inquina de la cultura del descarte y exclusión. Como nadie puede hacer todo al mismo tiempo actuamos como Iglesia, con la libertad de los hijos de Dios, procurando responder a nuestros carisma y vocación. Buscamos florecer ahí donde Dios nos ha sembrado.

La tercera acusación también la rechazo. Los católicos no somos un movimiento político motivado, ni mangoneado, por la ultraderecha. Somos una Iglesia que actúa en la sociedad civil inspirada por las razones de la caridad cuya agenda, como señalé, es muy amplia y no cabe en un programa partidista. Por eso, cuando la fe es manipulada por los políticos para colgarse la medallita al mérito, o para denostarnos sin fundamento alguno, acarrean confusión y la causa de los frágiles queda lastimada. Por el contrario, cuando la política se pone al servicio de la humanidad, entonces se convierte en una de las expresiones más altas de la caridad. Los católicos metidos en política deben saber que están para servir en esta lógica pues sólo así realizarán su vocación

 

jorge.traslosheros@cisav.org

Twitter: @trasjor

 

 

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