Dentro de unos días cumpliré 57 años. ¿Han valido la pena? Cada día es para celebrar, porque son los regalos que Dios nos da.
En ocasiones, extraño aquellos días en los que iniciaba mi búsqueda de Dios. Me he dado cuenta que vivimos de Su Gracia, para fortalecernos. Luego, el buen Dios nos suelta, como un padre a su hijo, para que caminemos por el mundo. Esta vez, nos sostiene la Fe.
Lo he visto tantas veces. Personas que de un día para otro cambian, deciden dedicar lo que les resta de vida a Dios. E inician un camino asombroso. Han descubierto la grandeza de su Amor y ahora sólo Dios puede saciar esa sed.
Me he decidido a contar sus historias y la mía, por eso te escribo.
“Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti”. (Marcos 5, 19)
En mi caso, ocurrió hace 24 años. Lo recuerdo bien. Conducía hacia mi trabajo, despreocupado, y de pronto sentí algo difícil de explicar, que me llenaba toda el alma. No sabía bien lo que era. Quedé impactado y no pude seguir conduciendo. Me estacioné frente a un parque, me baje del auto y me senté en una de aquellas bancas húmedas por el rocío de la mañana. Miré a los que conducían apurados hacia sus trabajos. Vi sus rostro, la inquietud que los consumía y me dije: “No quiero seguir así. Debe haber algo más”.
Me acordé en ese momento de un libro que estaba leyendo sobre la vida del doctor Albert Schweitzer. Era un gran músico, reconocido en toda Europa, y un día se dijo: “Haré todo lo que tenga pendiente hasta los 33 años, luego, dedicaré mi vida a los menos afortunados”. Estudió medicina y partió con su esposa, para fundar un hospital en África. Tuvo una vida excepcional.
Yo estaba por cumplir los 33. En ese momento tomé la decisión más trascendental de mi vida. A partir de los 33 dedicaría mi vida a Dios. Y le hice este ofrecimiento. “Mi vida será tuya”. Súbitamente sentí una paz interior que nunca había sentido. Me di cuenta que era Él.
En el auto sonreía, feliz, recordando todo y me dije: “Estás loco de remate”.
Fiel a mi promesa, hice una buena confesión y empecé a ir a la Misa diaria. Era un cambio radical para mí. Empecé a ser un “bicho raro”, que se comportaba diferente. Tenía una necesidad inmensa, un hambre de Dios. Quería saberlo todo sobre Él. Me acerqué a la oración y empecé a leer libros que me mostraran el Camino. Sabía, en ese momento, que Dios deseaba algo de mí; pero no lo qué era. Pasaron los años y una mañana después de Misa le acompañé en el oratorio donde guardan las hostias consagradas, en un hermoso Sagrario. Lo mire decidido y me atreví a preguntar: “¿Qué quieres de mí, Señor?” Al momento, el tiempo se detuvo. Sólo estábamos Jesús y yo. Mi gran amigo de la infancia. Sabía que era Él. Y escuché una dulce voz, serena, en mi interior, que me pedía: “Escribe, deben saber que los amo”. Fue con tanta claridad que no pude dudar.
Salí de aquél oratorio y empecé a escribir. Desde entonces no he parado.
Cada vez que me desanimo el buen Dios envía un alma buena que me anima y me dice: “Vamos, debes escribir”. Recuerdo hace poco, puse una mesa con mis libros afuera de una iglesia, y mientras acomodaba los libros, cansado, pensaba: “¿Valdrá esto la pena?” Al instante una señora sale de la capilla del Santísimo, se acerca a mí, y me dice con amabilidad:
“Claudio, vale la pena. Sigue adelante”.
Solté amarras y ahora navego en el mar insondable de Dios, con mi familia y mis libros. He desplegado las velas de mi alma y dejo que Él sople y me lleve a donde quiera. Cada día es una nueva y gran aventura. Nunca me había divertido tanto, ni había sido tan feliz. Es fabuloso caminar en la presencia de Dios, buscarlo, amarlo, sentirlo cerca. Nada te falta. Dios no te abandona. Sólo debes confiar. La Providencia llega a manos llenas justo en el momento que se necesita.
Cuando empecé a escribir hice este pacto con Dios: “Yo escribo, Tú toca los corazones”. Y lo ha hecho de maravilla. Recibimos cientos de testimonios de lectores, de todas partes. A todos los remito al Sagrario: “Dale las gracias a Jesús”, les digo.
Seguro preguntarás: “¿Y qué ha sido de tus escritos?”
Bueno, hace once años fundamos una Editorial Católica y familiar, Ediciones Anab. Seguimos escribiendo, contando nuestras aventuras y las de otros, con el buen Dios. Los libros se encuentran en librerías de más de 15 países. La mayoría, han superado las 20 ediciones continuas.
Este año publicaremos una colección grande dedicada a la Virgen de Guadalupe. Esto es apenas el inicio. Dios espera mucho de todos nosotros, y debemos andar en Su presencia.
Me parece que fue san Josemaría Escrivá quien una vez dijo: “Soñad y os quedaréis cortos”. Yo he querido soñar y me he quedado corto, impactado con las maravillas de Dios, con su Amor infinito, y su Ternura.
Puedes conocer nuestra Editorial en este enlace: www.publicacionescatolicas.com
Claudio de Castro