Por Jorge Traslosheros |

Por invitación del Papa Francisco durante su peregrinación a Tierra Santa, se reunieron con él en el Vaticano los presidentes de Palestina e Israel, Mahmud Abbas y Shimon Peres, más el Patriarca Bartolomé de Constantinopla. Su objetivo, rezar por la paz. No fue gesto político, sino un acontecimiento religioso.

Participaron los dos obispos sucesores de los apóstoles Pedro y Andrés, cuyas iglesias llevan separadas mil años, con dos presidentes cuyos pueblos están enfrascados en una guerra sin fin. En el papel político significarían discordia. Sin embargo, el evento nos recordó la tradición profética del cristianismo, en el que gestos y palabras se ordenan a la paz, la justicia y el encuentro por la caridad. Un lenguaje religioso que también hablan judíos y musulmanes.

La prensa internacional observó el evento con simpatía; pero otorgó distinto peso a las palabras dependiendo de filias y fobias, oscureciendo un tanto lo sucedido. Sin embargo, también dieron fuerza a tres imágenes que desvelan el profundo significado del acontecimiento. En la primera, se observa a los dos viejos enemigos abrazados, sonrientes, mirándose a los ojos, deseándose la paz, bajo la mirada del Papa. En la segunda, los presidentes, en compañía de Francisco y Bartolomé, caminan por los jardines del Vaticano. La tercera, muestra a los cuatro hombres sembrando un olivo como símbolo de la paz.

El mensaje me parece contundente. Sólo cuando nos encontramos cara a cara, nos miramos a los ojos y damos su lugar a Dios, somos capaces de reconocemos como personas. Sólo entonces podemos caminar juntos, salir de las zonas de seguridad y arriesgarnos en la solución de los conflictos. En este caso, válido para un enquistado problema político y militar, como para el diálogo ecuménico. Ninguno de los cuatro tiene por sí sólo el poder suficiente para terminar con los conflictos entre sus iglesias y sus pueblos. No obstante, han tenido el coraje de dar testimonio del único camino posible.

En las imágenes está la clave para comprender sus palabras. Cada uno elevó una plegaria a Dios sin renunciar a su identidad, ni a sus anhelos. No hicieron un revoltijo sincrético que sonara bonito. Se juntaron para rezar y cada uno elevó una oración desde su tradición religiosa. Las palabras Shalom, Salam y Paz resonaron fuerte, porque nacieron del anhelo de justicia puesta en manos de Dios.

El encuentro se realizó en la fiesta de Pentecostés, una de las más importantes para los cristianos, interpretada en oposición a la Torre de Babel. Cuando el ser humano, guiado por su soberbia, quiso construir una torre para alcanzara el cielo y salvarse a sí mismo, sus lenguas se confundieron y nació la discordia. En Pentecostés, por el contrario, la humanidad se reencuentra en la diversidad de sus lenguas y, por el amor de Dios, es capaz de comprenderse.

Los expertos afirman que la reunión no tendrá consecuencias políticas relevantes. Doy gracias a Dios, pues la intención nunca fue política. El testimonio de estos hombres señala la única estrategia posible para la solución de los conflictos, así en la vida cotidiana, como en el diálogo ecuménico e interreligioso y en los grandes conflictos humanos. Es muy sencillo. Cuando la fe en la razón coincide con las razones de la fe, lo que siempre sucede en la caridad, la justicia y la paz dejan de ser una utopía.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter:
 @trasjor

 

Por favor, síguenos y comparte: