Por Fernando Pascual |
Bruno Cornacchiola había nacido en Italia el año 1913 y de pequeño fue bautizado como católico. Poco después de la primera comunión se apartó de la fe. Luego ingresó en un partido de izquierdas.
Marchó a España a luchar contra los franquistas en la guerra civil (1936-1939). Allí conoció a un protestante alemán que le enseñó a odiar a la Virgen, la Eucaristía, al Papa, a toda la Iglesia católica.
Vuelve a Italia. Se casa con Yolanda, una mujer católica. La convence para que deje la Iglesia. De este modo los dos ingresan en la Iglesia adventista del séptimo día.
Pasan los años. Bruno quiere llegar a ser pastor de su Iglesia. Necesita “ganar puntos”. Para ello, piensa preparar un discurso en el que va a demostrar, según las Escrituras, que María no fue Virgen.
Llega el día 12 de abril de 1947. Bruno está con sus hijos en un lugar cerca de Roma, conocido como “Le tre fontane”. Mientras piensa y redacta su discurso, vigila a sus tres hijos. Pierden la pelota y van en su búsqueda.
De repente, uno de los niños queda como paralizado en una gruta cercana, porque ha comenzado a ver a una “bella señora”. Los otros dos niños se acercan y se arrodillan. Bruno no ve nada. Piensa que hay un maleficio. Luego, también cae de rodillas: también él contempla y escucha a la Virgen.
Sí, aquella a la que Bruno quería atacar, se acerca a su corazón. María se presenta, le habla, le invita a un cambio profundo de vida.
“Soy la Virgen de la Revelación. Tú me persigues, ahora basta. Regresa al redil santo, corte celestial en la tierra”.
La Virgen le invita a buscar un sacerdote y le promete una señal. Poco tiempo después Bruno da con ese sacerdote, y más tarde vuelve a la Iglesia católica.
Las apariciones se repetirán varias veces. Lo más hermoso de este hecho es la cercanía de la Madre: quería atraer a la Iglesia a uno de sus hijos.
También hoy, de mil maneras y con la paciencia propia de una Madre, la Virgen busca a tantos hijos que han dejado la Iglesia católica para irse a grupos protestantes. Les invita, cariñosamente, a volver a casa.
Un adventista, hace muchos años, tuvo una gracia muy especial. Hoy, quizá gracias a nuestro testimonio y con la mirada puesta en Jesucristo, será posible que otros muchos hombres y mujeres regresen al rebaño de la Iglesia católica.
De este modo podremos caminar unidos, bajo el único Pastor, en la misma fe. Lo desea y lo pide la Madre de Jesús que también es Madre de cada uno de los bautizados.