Por el P. Sergio García Guerrero, MSPS.
5 de julio 2014.
¿Podrá un sacerdote dejar la seriedad de sus reflexiones y ponerse a ser feliz? ¿Se habrán dicho las bienaventuranzas también para los sacerdotes?
Es urgente recuperar la felicidad evangélica en el ministerio sacerdotal. Dejar de ser “aceitosos” como dice el Papa Francisco, y recordar que hemos sido ungidos con el santo crisma de la alegría del Espíritu Santo. Actualmente somos objeto de señalamientos y acusaciones; pero también, nunca como ahora, tenemos expresiones de mucho cariño y afecto.
“Soy un sacerdote feliz” No está bien que yo lo diga, pero nadie mejor que yo puede decirlo. La clave de toda esta felicidad es JESUS. Me ha seducido, se ha acercado y ha puesto en el corazón una semilla de mostaza que, sin enterarme yo, ha ido creciendo hasta convertirse en un arbusto donde anidan las aves.
Ese mismo Jesús puso primero un balón de futbol en mis pies y una biblia en las manos y los dos en el corazón. He caminado jugando a meter goles y leyendo para hacer mía la Palabra, fuerza de mi sacerdocio. Y esto es felicidad de la buena.
Me envolvía Jesús en un manto de paz y me lanzaba a los espacios de un mundo que no se interesaba en mí, con tal que yo no me metiera con él. Un día que me atreví a decirle al mundo que era mentiroso e injusto me amenazó con investigarme y encarcelarme. Lo dejé por la paz dejando entrar en mi corazón solo las melodías del afecto y las necesidades de los más pobres, los de las periferias. Para los sacerdotes ir a las periferias, como lo pide también el Papa Francisco, es adentrarnos en los corazones heridos y lastimados por la historia y por la vida, pero para sanarlos… ¡Esas sí que son periferias!
45 años he celebrado la misa, lo digo con gratitud, como si fuera mi primera misa. Aquel consejo de mi infancia “haz lo que haces”, lo he aplicado principalmente a la celebración de la eucaristía siendo y dando un Jesús tan claro como me ha sido posible.
Durante 45 años he realizado el ministerio del perdón. A nadie le he negado la gracia de la reconciliación. He visto salir del confesonario a muchos transformados después de escuchar de mis labios pecadores: “Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. He sido testigo del poder de transformación que ha dado Jesús por mis palabras y por mis miradas que han querido ser las de él.
Durante 45 años he evangelizado sin descanso, a tiempo y a destiempo, convencido de la eficacia genial de la Palabra que es viva y luminosa. Jesús depositó en un momento en mi corazón el evangelio completo del amor y de la salvación y luego lo ha ido sacando sin descanso.
Durante 45 años he vivido el drama y la lucha de la gracia y el pecado que se han apoderado de mí alternadamente. Tendría innumerables ejemplos de esto: el drama sigue, la lucha no cesa y espero poder escuchar lo que el Señor le dijo a San Pablo: “Te basta mi gracia, porque en tu debilidad se manifiesta mi fortaleza”
En estos 45 años he procurado incorporar mi sacerdocio al de Jesús, he intentado prologar su sacerdocio en mi sacerdocio, ha sido mi ideal vivir un único sacerdocio con Jesús. No yo, es él el que podrá decir si sí o si no. A mí me corresponde agradecer, admirar, continuar, para poder decir lo que un conductor de radio decía de los toros: “El sacerdocio no es graciosa huida sino apasionada entrega”.
Me he convencido de que él me llamó; conociéndome, me llamó; sabiendo la fuerza de mi debilidad y mi colección de vacíos y de insustanciales vanidades, sabiéndome así, me llamó. Y Jesús no es intermitente en su llamada: “ahora sí, ahora no; ahora sí, ahora no… simplemente me llamó. El Señor no preguntó si quería ser su sacerdote; simplemente me llamó. “El Señor no preguntó si estaba preparado yo, simplemente me llamó; el Señor no esperó a que yo dijera si, simplemente me eligió y en la cruz murió por mí”; canta el padre Zezinho.
45 años siendo sacerdote de Jesucristo frente a todo mundo ¿Cómo no decir gracias si ser sacerdote de Jesucristo es lo mejor que me ha pasado en la vida? Le digo a mi Jesús, cuando cuento mis errores y pecados, que venga a discutir conmigo porque ésta difícil convivencia de mi pecado con su sacerdocio no se puede explicar. Él sólo calla, no dice nada, sonríe, asiente con su mirada y abre su corazón para entrar de nuevo en él.
45 años de sacerdote y heme aquí dispuesto a otros 45 más. 45 es un número bueno pero que quiere ser mejor como convertirse en 50, plenitud de Pentecostés. Pido por Rodolfo, Raúl, Rafael y Alejandro mis compañeros de ordenación sacerdotal. Donde estén, el Señor los bendice mucho.
45 años de sacerdote gracias al buen Dios que lo ha hecho posible y gracias a ustedes que lo han recibido, como María me recibió en su momento y a quien desde el principio puse en su corazón de madre esta aventura llamada ser sacerdote de Jesucristo al servicio del Pueblo de Dios.
El sacerdocio que yo amo
El sacerdocio que yo amo. Les quiero contar del sacerdocio que yo amo. En primer lugar el sacerdocio que yo amo está en la Iglesia que yo amo. Porque soy Iglesia. Porque fui llamado por el bautismo un 3 de agosto de 1940 en la parroquia de San Esteban. Ahí empezó mi camino de ser Iglesia. Esta Iglesia que es santa y pecadora, una y dividida, apostólica y profética, peregrina en la tierra y triunfante en el cielo.
Les quiero contar del sacerdocio que yo amo. En segundo lugar el sacerdocio que yo amo está en mi Congregación de Misionero del Espíritu Santo. Porque fui llamado un 18 de Noviembre de 1952 cuando la Congregación abrió sus puertas a mis pasos y se arriesgó conmigo para incluirme en sus filas. No entiendo mi sacerdocio sino en la Congregación que amo y quisiera que creciera para todos lados: a lo alto y a lo ancho, en cantidad y en calidad.
Les quiero contar del sacerdocio que yo amo. Es el sacerdocio único de Jesús: o sea el sacerdocio de Jesús Salvador y Señor del Kerigma; Pastor, Profeta, Sacerdote y Rey del discipulado, porque fui llamado al evangelio para evangelizar. Nací para evangelizar. y quiero evangelizar como sacerdote Misionero del Espíritu Santo en mi Iglesia amada.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo, es el sacerdocio que se sembró en los corazones de mi madre Consuelo y de mi padre Jorge, y que germinó en el corazón de María Inmaculada. De estos tres corazones dependió y depende mi sacerdocio. Y encontró en Conchita y Félix otros dos corazones sacerdotales de proporción divina.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo, es el de mis queridos hermanos que por debilidad han cometido alguna acción de abuso, o de escándalo sexual, o financiero. Tenemos el mismo sacerdocio y me quiero hacer solidario con ellos porque no soy mejor que ellos y porque los llevo en el corazón y he ofrecido por ellos mi vida según lo propone la espiritualidad de la Cruz.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo, es el mismo que recibió Benedicto XVI y el Papa Francisco, Mons. Emilio Carlos y Mons. Rogelio Cabrera López, Fernando de la Mora, Luis Manuel Guzmán, Alfonso Navarro, Baldomero de los Cobos, Hermilo Santos Ramos y Juan Dávila que de cerca o de lejos han dejado su huella en mi historia: algunos una huella luminosa, otros una huella gris o negra, pero que hemos vivido y estamos viviendo el único sacerdocio de Jesús.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo es el de mis fragilidades y fortalezas, el de mis alientos y desalientos, de mis cansancios y energías, de mis lodos y mis purezas, de mis balones de fut y mis libros, de mis horas de sagrario y el de todas mis eucaristías y sacramentos. Sólo Dios sabe cuántos.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo es el que ustedes, queridas hermanas y queridos hermanos, ven, agarran, si agarran con garras de Dios, el que ustedes ven y que van ondeando por la vida proclamando la misericordia del único Sacerdote, el buen Pastor, del genial Profeta de Nazaret, del Rey de Reyes y Señor de Señores. Y del sacerdocio que ustedes se alimentan no de mí, sino de Jesús que ha querido estar en mí.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo es el sacerdocio de Jesús que me llamó, me ama y me envía para decirles que se dejen tomar por él, aunque duela porque vale la pena ser tomados por Jesús para ser sacerdotes de su Pueblo.
Les quiero contar que el sacerdocio que yo amo es el que veo en sueños en Luis, en César, en Oscar, en Luís Adrián, en Fabián Eduardo, en Rodrigo, en perspectiva y el sacerdocio que yo amo es el sacerdocio de Enrique, Pablo Jorge, Luis Arturo, Salvador, Antonio, Esteban… y de todos aquellos que después de su nombre ponen msps.
Les cuento que el sacerdocio que yo amo no es mío, no me pertenece aunque llena la médula de mi ser entero y que se reparte al placer de Jesús, bajo la mirada del Padre y con la fuerza del Espíritu Santo y con María Santísima.
El sacerdocio que yo amo es el que recibí un 5 de julio de 1969, hace 45 años y que tiene resonancia de eternidad y que hoy ofrezco a mi Dios lleno de rostros, nombres, historias, vidas, trabajos misioneros y evangelizadores para que él siga haciendo lo que quiera a través de ustedes.
El sacerdocio que yo amo es el que ofrezco hoy a mi pueblo, a mi comunidad, a mi sociedad, a mi Iglesia, envuelto en el Evangelio, buena noticia de salvación.
Termino: “Espíritu Santo, comunícanos la bendición del Padre, danos Misioneros del Espíritu Santo para vivir intensamente la espiritualidad de la Cruz, y a través de ella dar frutos de santidad y así transformar el mundo. Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos”. Amén.