Por Juan Gaitán |

Algunos padres de familia me han abordado con una preocupación común: «Mi hijo está perdiendo la fe, ¿qué hago?»

Se trata de una cuestión compleja que merece ser tratada con mucho respeto. Pero antes que nada, es necesario dejar claro que no existe una receta para «solucionar» la cuestión, pues cada caso está rodeado de circunstancias bien concretas que cada familia atraviesa.

Es por esto que me limito a señalar algunas actitudes que ayudan y otras que no ayudan a que el hijo –adolescente o joven– retome el camino de la fe. Las acciones concretas dependerán del buen criterio de los padres, quienes conocen de mejor modo la situación.

Actitudes que no ayudan

Moralismos: Cuando el joven atraviesa ese periodo que llamamos «crisis de fe», resulta contraproducente tomar actitudes moralistas y decirle cosas como: «estás en pecado» o «te vas a condenar». El joven desea asimilar sus propios criterios, por lo que es mejor presentar proposiciones que dar una lista de prohibiciones adornadas con la palabra «pecado». No hay que olvidar que Dios conoce el corazón de cada persona, lo comprende y le tiene compasión.

Sacramentalismos: La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, sin embargo, no es la mejor estrategia obligar a las personas a ir a misa o a confesarse. Esto más bien creará una aversión, una antipatía.

«Defender lo indefendible»: Es común que los hijos digan que ya no creen en la Iglesia o que «no le creen» a la Iglesia, que ésta tiene demasiado dinero y que les parece anticuada. Es duro escuchar estas críticas, pero hay que reconocer que la Iglesia es un hogar en el que solemos cometer errores y algunos muy graves. Tomar una postura que quiera defender lo indefendible, cuando más bien hay que reconocer con humildad, no ayuda.

Obligar a creer: La fe es un acto personal –aunque se vive siempre en comunidad–. Nadie cree en algo o alguien por obligación. Una fe profesada por mandato o miedo no es fe.

Hablar mal de las amistades: En muchas ocasiones los padres de familia aseguran que la crisis de fe de los hijos es causada por las amistades de las que se rodean. Es posible que el círculo de amigos influya, pero hablar mal de ellos al hijo sólo creará una barrera de comunicación.

Actitudes que ayudan

Paciencia: Perder la paciencia sería un grave error. Es necesario saber que los periodos de sequía espiritual o crisis de fe son perfectamente normales y, quizás, hasta necesarios.

Llevar al encuentro: Tal vez sea el mejor método (camino) para volver a Dios. Es buena idea tener acercamientos a personas que sufren pobreza, enfermedad, abandono, drogadicción, etcétera. Encontrarse con el rostro de Cristo sufriente –aunque de momento no se le reconozca como tal– despierta en el espíritu humano actitudes de fe, hace resurgir la caridad. Llevar de cenar unos tamales a gente de la sala de espera de hospitales, en familia, puede ser un buen primer paso.

Enseñar la gratitud (y gratuidad): Saber ser agradecidos es fundamental para el cristiano. Hacerle reconocer a los hijos que cada uno de los regalos que han recibido (desde el amor de los padres hasta el techo bajo el que se vive), les han sido entregados gratuitamente, es decir, que no es cuestión de merecer, sino que Dios da a manos llenas.

Buscar un sitio: La Iglesia es una realidad plural, es decir, hay un espacio para todos. Puede ser buena idea buscar un lugar donde encajen los intereses del joven. Existen grupos juveniles, misioneros que visitan comunidades rurales, grupos que se organizan para visitar acilos, etcétera.

El ideal para elegir Parroquia a la cual asistir es aquella a la que se pertenezca territorialmente (cada Parroquia ha de atender ciertas colonias), sin embargo, no es mala opción buscar una Parroquia donde haya coros alegres y sacerdotes cercanos a los jóvenes. Esto puede llegar a ser determinante.

Ser testimonio: El punto más importante, como padre de familia, es ser testimonio de todo lo anterior: Ser testimonio de paciencia, de caridad, de participación gozosa de los sacramentos, de salir al encuentro con los marginados, de ser personas agradecidas y que dan sin esperar recibir (un ejemplo que captan mucho los jóvenes: «es que mis papás van a misa y salen igual o peor de como entraron»). El testimonio, sin lugar a dudas, ha sido siempre el mejor método de evangelización. Intentar convencer con discursos vale muy poco comparado con la fuerza del testimonio.

Otro gesto sencillo pero que dice mucho, es orar en familia. Desde la sencillez del Padre Nuestro por la noche, tomados de la mano, agradeciendo y encomendando a la familia, así como pidiéndose perdón unos a otros en ambiente de oración.

Educar en el amor: Por último, el mejor ambiente para sortear la crisis de fe de los hijos es una atmósfera de amor. Es decir, si desde pequeños han crecido sabiéndose amados, será más fácil reconocer el paso de Dios por su vida.

Espero que estos puntos sirvan de orientación, aunque a grandes rasgos, y me uno en oración por la Iglesia joven que transforma al mundo.

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