Por Fernando Pascual |
Los casos extremos gustan a cierto tipo de prensa. Un enfermo paralizado en la cama por varios años. Una chica adolescente en un embarazo difícil. Un diagnóstico prenatal que señala defectos muy graves en el hijo.
En torno a esos casos surge el debate, especialmente si hay grupos que buscan promover el aborto o la eutanasia.
Este tipo de debates tendrían sentido si hubiera una clara información sobre cada asunto en cuestión y si se evitase todo tipo de engaños o suposiciones arbitrarias.
Sin embargo, no podemos olvidar que existe un derecho a la privacidad: no resulta correcto permitir al gran público el acceso a expedientes médicos. Por lo mismo, muchos casos particulares son difícilmente conocidos en su complejidad, mientras el debate crece y crece, alimentado por el viento de quienes buscan presionar a adoptar ciertas decisiones.
Por eso es importante no ahogarse en casos extremos a la hora de debatir sobre temas que se refieren a la vida y a la muerte. No sólo porque la ley no debe construirse desde esos casos, sino porque no tiene sentido un debate con información insuficiente y con riesgos de manipulación.
Casos como los de Nancy Cruzan, Terri Schiavo, Eluana Englaro, Ramón Sampedro, Vincent Lambert, merecen ser estudiados con una atención y seriedad que los grandes medios no permiten. Incluso si hubiera un acceso suficiente a los documentos sobre cada enfermo, no habría que buscar desde esos casos el modo de afrontar situaciones parecidas, sino desde criterios básicos de justicia y desde una sana visión ética.
Para ello debería ser de ayuda una disciplina vista como nueva, la bioética, aunque cuenta con precedentes importantes en la historia humana. Con esta disciplina será posible encuadrar bien las situaciones y señalar los criterios éticos fundamentales que han de ser respetados para una tutela suficiente de todas las personas implicadas en los casos de cada día (y también en las situaciones extremas) que afectan a la vida y a la muerte de los seres humanos.