Por Francisco Xavier Sánchez Hernández |
Hace algunos meses en la Revista “Vida Pastoral”, dedicada al tema de los matrimonios, se publicó un artículo mío con el título de: “Católicos divorciados y vueltos a casar. Una reflexión a partir de mi experiencia pastoral” [Marzo-Abril 2014]. Misma que publiqué en este blog el 12 de Enero de 2014 (http://franciscoxaviersanchez.wordpress.com/2014/01/12/2-catolicos-divorciados-y-vueltos-a-casar-una-reflexion-a-partir-de-mi-experiencia-pastoral/#more-2895). Después de esa publicación recibí algunos mensajes favorables. Pero también hace poco, la Revista me re-envío la carta de inconformidad de un sacerdote de alguna diócesis de nuestro país, que me decía que estaba totalmente en desacuerdo con dar la comunión a divorciados que no estén casados por la Iglesia. Publico la carta que le he enviado, por medio de la Revista, a este colega sacerdote.
Ante todo le agradezco sus comentarios que nos permiten reflexionar sobre el tema tan importante en la Iglesia, que es el de los divorciados vueltos a casar. ¿Cómo acompañar a esas parejas (que desgraciadamente son cada día más numerosas) que fracasaron en un primer matrimonio y que después de haber encontrado otra pareja, con quienes llevan una “vida cristiana”, desean acercarse a los sacramentos?
Yo he escrito efectivamente que a los “divorciados que están llevando una vida cristiana basada en el amor y el respeto con la persona que ahora viven, con previo dialogo de un sacerdote o director espiritual (lo cual implica un arduo y profundo trabajo pastoral), no debe negárseles el acceso a la Confesión y a la Comunión del Cuerpo de Cristo” (pág. 56).
Usted dice que esas palabras mías contradicen el texto de Mt. 19, 9 en que se dice que el que se divorcia y se casa con otra mujer, comete adulterio, y quien se casa con la mujer divorciada también comete adulterio.
Me parece que no hay que olvidar que ese texto se encuentra en un contexto polémico. Se puede ver también la otra versión en Mc. 10, 1-12. En el cual vemos cómo los fariseos se colocan de lado de la Ley de Moisés (Dt. 24, 1-4) para intentar poner una trampa a Jesús, ellos quieren ponerlo en contradicción contra la Ley de Moisés. Ya que la Ley de Moisés lo permitía, por lo tanto él no podría ir en contra de dicha Ley, y si lo hacía tendría que ser acusado. En efecto la Ley dice: « Si un hombre se casa con una mujer y después resulta que no le agrada por algún defecto notable que descubre en ella, hará un certificado de divorcio, se lo dará a la mujer, y la despedirá de su casa. Si ella después pasa a ser la mujer de otro y éste también ya no la quiere y la despide con un certificado de divorcio; o bien si llega a morir este otro hombre que se casó con ella, el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla como esposa, ya que pasó a ser para él como impura. Sería una abominación para los ojos de Yahvé que la volviera a tener.” Podemos decir que se trataba de una ley desigual entre el hombre y la mujer, ya que ponía más ventajas del lado del hombre.
La pregunta de los fariseos tiene en cuenta solamente el aspecto legal: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa? Jesús no se queda en el aspecto legal sino que va más allá, y les hace ver que si el divorcio existe y si incluso Moisés llegó a autorizar los certificados de divorcio fue a causa de la dureza de corazón de los hombres. Pero él remarca, igualmente apoyándose de las escrituras, en este caso el libro del Génesis lo siguiente: “Pero desde el principio al crearlos Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.” La voluntad de Dios es que el hombre y la mujer estén unidos, entonces que no sean los interese mezquinos, la humillación, el sometimiento, el egoísmo, lo que los divida.
Jesús además de poner en igualdad los derechos del hombre y de la mujer en caso de divorcio, va más lejos e invita a no pensar en la posibilidad jurídica del divorcio, sino en lo que debe estar a la base del matrimonio, es decir el amor que busca la unidad de la pareja.
En tiempos de Jesús era muy fácil despedir a la mujer (divorciarse de ella) por cualquier motivo (incluso por algún defecto que se encontrara en ella). Moisés había dado la posibilidad del divorcio, beneficiando al varón, es verdad; pero Jesús recuerda que la base del matrimonio debe ser el amor (es decir la igualdad entre los dos esposos).
Los tiempos han cambiado desde los tiempos de Moisés a Jesús y de Jesús a nuestros días, pero todavía siguen existiendo divorcios (separaciones) por diferentes razones. ¿Qué hacer como Iglesia? Para que un matrimonio funcione los 2 deben amarse, respetarse y ser fieles el uno para con el otro. ¿Pero qué sucede cuando uno de los 2 esposos no colabora (deja tal vez de amar a su pareja) y le hace la vida imposible al otro/a? ¿Habrá que seguir soportando esas situaciones inhumanas que van contra la dignidad humana? Sucede que algunos se separan y encuentran otra pareja con quienes viven bien, en ocasiones llevando una vida “santa” y ejemplar. ¿Habrá que negarles la comunión por el hecho de que fueron casados anteriormente y les fue mal con esa persona, muchas veces a pesar de su voluntad?
Estimado Padre, no sé la práctica no sólo legal sino de acompañamiento espiritual que usted tenga con esas personas divorciadas y vueltas a casar. Generalmente las personas católicas practicantes que se han vuelto a casar (por el civil o simplemente se han juntado), a causa de un fracaso en su anterior matrimonio, son sinceras y anhelan estar en paz con Dios y participar de los sacramentos de la Iglesia. ¿Quiénes somos nosotros pecadores (en todo caso lo digo por mí) para negarles ese encuentro sacramental con Cristo? No debemos olvidar ante el pecador(a) arrepentido las palabras de nuestro Maestro: “La Ley fue hecha para el Hombre y no el hombre para la Ley”
Por otra parte el argumento que usted presenta al final de su carta, para que las parejas –viviendo juntas y no casadas– puedan seguir juntas; no solamente es irrisorio e ilusorio, sino que muestra la obsesión de una parte de la Iglesia con el tema de la sexualidad. Cito sus palabras: “Lo lógico sería decirles “no vuelvan a pecar”, es decir, sepárense, pero si no pueden separarse, por el bien de los hijos que ya tienen, pueden seguir viviendo juntos, pero como hermanos, no como esposos. NO VUELVAN A PECAR”. Es decir que para usted el tema del pecado, no es tanto que estén juntas, ya que pueden vivir como hermano y hermana, sino de su práctica sexual.
Ya para concluir le comento que muchas veces en la Iglesia hemos impuesto cargas demasiado pesadas a nuestros hermanos, que muchas veces ni nosotros mismos somos capaces de cargar.
Con sinceridad espero que con el Papa Francisco avancemos en lo referente a este tema de la atención pastoral a los divorciados vueltos a casar. De otra manera seguiremos fomentando una Iglesia que se complace con las apariencias de sus fieles. Casados sacramentalmente por la Iglesia pero que llevan doble vida, pagan salarios injustos a sus trabajadores, etc., pero que se acercan semanalmente a comulgar.
No sé si los encargados de la Revista Vida Pastoral, que aceptaron publicar mi artículo, quieran añadir algo más. Por mi parte es todo.
Un abrazo en el Señor que es misericordia