Por Mónica Muñoz |
Hace algunos años, cuando en mi infancia acudía a Misa, era muy común que las personas mayores nos corrigieran si observaban en nosotros alguna conducta inapropiada dentro de la iglesia, y no solamente nuestros parientes, cualquier adulto mayor tenía la capacidad de llamarnos la atención y, que yo recuerde, los padres de familia no se los reprochaban, pues sus canas bastaban para infundir respeto y autoridad.
Eso ha cambiado con el tiempo, las generaciones de nuevos papás han dado la vuelta a la postura de amor auténtico a sus hijos. La severidad con la que se corregía a los niños en tiempo de mis abuelos, de mis padres y aún de nosotros, se transformó en permisividad, se aconsejaba tratar a los pequeños como mini adultos, sin límites ni reglas y dejándoles hacer lo que les viniera en gana, si no, podían crecer traumados y con complejos.
Tristemente, por este falso amor, muchos niños se convirtieron en adolescentes y jóvenes altaneros, tiranos y libertinos, pues en sus primeros años ni siquiera sus padres fueron capaces de desempeñar su papel de formadores, educando adecuadamente a sus descendientes en los valores, que no se han perdido, sino que, sencillamente, no se han puesto en práctica.
Esto me sirve para desarrollar tres puntos, quizá arriesgándome a que me tachen de retrógrada o anticuada, porque se trata de recordar ciertas reglas que han caído en desuso (al menos así piensa mucha gente), pero que en verdad es importante rescatar, pues van en juego el respeto y la decencia, palabra que seguramente hará erizar los cabellos de los más liberales.
¿De qué se trata, pues? Primero quiero referirme al hecho de acudir a los templos con el celular encendido. Es algo que no entiendo por qué ocurre, se supone que el domingo es día de descanso, así que no creo que surja alguna urgencia durante la celebración o servicio religioso al que, seguramente, acudimos muchas personas, católicas o de otras religiones. Me parece de bastante mal gusto que suene el timbre o lo que puede ser peor, alguna melodía de moda, la preferida del dueño del receptor, cuando se trata de dar culto a Dios, quien no necesita de esos aparatos para entrar en comunicación con nosotros.
El segundo punto es respecto a las personas que acostumbran masticar chicle durante la celebración. No puedo imaginar a algún servidor público presentándose ante el presidente de su país con la boca ocupada con una goma de mascar. Simplemente, es inapropiado el lugar y el momento, no digo que esté prohibido, sin embargo, me parece que es una falta de respeto que denota la poca importancia que se le da a tener un encuentro con Dios, sobre todo, como es el caso de quienes somos católicos y nos acercamos a comulgar, porque debemos guardar el ayuno eucarístico, es decir, no tomar alimento por lo menos una hora antes de la comunión, y resulta que hay algunas personas que momentos antes dejan el chicle pegado en la banca y asoman la lengua pintada del color de la golosina para recibir el Cuerpo de Cristo.
Lo mismo puede aplicarse a quienes llevan bebidas o comida, a menos que se trate de un enfermo, no se justifica el consumo, ni siquiera de agua, durante la celebración. Seguramente no moriremos de hambre ni de sed en los cuarenta y cinco minutos que dure la Eucaristía.
El tercer punto es más delicado, porque se dirige al cuidado de nuestro cuerpo. Y me refiero a la manera de vestir para asistir a la iglesia. Antiguamente se utilizaba la expresión “sacar del ropero el vestido para ‘dominguear’”, haciendo referencia a las prendas de vestir que se usaban para ir a las ceremonias religiosas. Los hermanos de otras confesiones saben bien de qué hablo, pues muchos de ellos acuden a sus templos vestidos de traje y corbata, en el caso de los hombres; en el de las mujeres, con faldas o vestidos recatados, sin enseñar piel de más. Y es que no es para menos, vamos a visitar a un Rey, que merece que nos esmeremos en nuestro arreglo personal, pero sucede que, como es domingo, sacamos lo primero que encontramos en el closet, casi siempre con el desacierto de escoger ropa deportiva, pantalones cortos, blusas de tirantes y muy escotadas, pantalones entallados, chanclas de baño, etc.
Algo que no me canso de repetir es que somos ejemplo de los niños, recordemos que son nuestro reflejo y que harán exactamente lo que nosotros les enseñemos, por eso, cuidemos nuestro comportamiento en la casa de Dios.
¡Que tengan una excelente semana!