Por María Denisse Fanianos de Capriles, periodista venezolana para El Observador |

Hace meses leí una noticia que no la podía creer: la policía de Rotterdam encontró el cadá- ver de una mujer que llevaba 10 años muerta en su casa sin que nadie lo notara. Escuchen bien: no 10 días, ni 10 semanas, ni 10 meses, sino ¡10 años!  Revisé  por  Internet  a  ver  si  se  habían equivocado, pero ¡no! conseguí varios links con esa noticia. La nota de prensa señalaba que el cuerpo  fue  descubierto  por  la  policía  de  la ciudad a raíz de un aviso de varios trabajadores de la construcción. Lo  más insólito es que los vecinos  aseguran  que  no  se  percataron  del suceso, y que ellos pensaban que la mujer se había ido a vivir con su hija.  Y  yo pregunto: ¿cómo la hija no se había dado cuenta que a su mamá le había pasado algo?

En  la  noticia  también  señalaban  que  el  fondo nacional de la vejez en Holanda alerta que ese tipo de casos van a ser cada vez más frecuentes porque la tendencia es que las personas mayores quieren vivir cada vez durante más tiempo en su hogar y sólo los muy enfermos, suelen trasladarse a asilos. Y es que yo siempre he pensado que no hay cosa más triste que vivir en un asilo. Sé, y entiendo, que hay casos de casos en los que a lo mejor los hijos recurren a la decisión de poner a los padres allí, pero creo que eso les acelera la muerte, porque la soledad pega mucho a esa edad.

Lo triste de todo esto es que en la noticia citaban un  estudio  de  una  organización  sanitaria  de Amsterdam  donde  cada  día  aparece  en  la ciudad  el  cadáver de una persona que llevaba muerta más de 24 horas y 5 veces al año se descubre a alguien más de 2 meses después de su fallecimiento,  o sea estas personas mueren solas. Lo más grave es que eso no solo pasa en ese lugar del mundo. Una amiga mía que tuvo que irse a vivir a  Estados  Unidos me contaba que la vida de los viejos allá es muy sola, que los hijos  se  van  muy  jóvenes  de  la  casa,  pocas veces  visitan  a  los  padres  y  muchas  veces mueren completamente solos.

La falta de humanidad en el mundo ha llegado a límites   impresionantes.   Hace   varios   meses también leí una noticia que nunca olvidaré: un albanés de 70 años colocó una esquela en un periódico en la que anunciaba su propio falleci- miento para poder ver si así reunía a su familia. En una entrevista que le hicieron en un periódico de su ciudad el hombre decía: «Hace 4 años y medio he vuelto de Canadá y ni mis hijos, ni mis hermanos,  como  tampoco  mis  primos  han venido  a  tomar  un  café  a  mi  casa.  Mientras estuve en Canadá ayudé cuanto pude a todos con dinero. Yo tenía muchas ganas de volver a mi patria y vivir con mis seres queridos. Pero ahora que estoy aquí, y  no  me queda dinero, nadie  me  hace  caso».  Ni  siquiera  ese  último esfuerzo que hizo el hombre por reunirse con sus familiares tuvo gran acogida, porque sólo su hija  mayor  acudió  a  “su  entierro”.  Tras  esa experiencia el hombre dijo que para el día de su muerte verdadera, no aceptará a nadie  en el cementerio, con excepción del sepulturero.

¡Qué  tristeza  da  ver  a  ancianos  solos!  Aquí también lo estamos viendo, sobre todo ahora que tantos hijos han tenido que emigrar. Pero gracias a Dios aquí hay muchos, a pesar de los tantos problemas que puedan tener, que echan una mano cuando tienen cerca a gente sola o necesitada. Yo conozco varios casos pero el más ejemplar es el de una amiga que tiene como vecina a una señora como de 70 años, quien a su vez tiene una hija con síndrome de Down. A esa señora hace poco le diagnosticaron Mal de Alzheimer y el otro hijo (que vive fuera del país) la llama y la regaña porque se le olvidan las cosas. Mi amiga se ha hecho cargo de esa señora, y de su hija, porque el hijo no puede siquiera mandar-le dinero. Es un caso muy triste pero a la vez ejemplar,  porque  mi  amiga  se  ha  convertido como en una hija abnegada para esa señora.

El Papa Francisco ha hablado en innumerables ocasiones  del  cuidado  a  los  ancianos.  Hace poco  señaló  que  el  único  mandamiento  que tiene una promesa incluida es el Cuarto Manda- miento: “Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y vivas una larga vida en la tierra» (Efesios  6,2-3). “Hoy más que nunca – dice el Papa – la Iglesia (¡y la Iglesia somos todos los bautizados!) debe dar ejemplo a toda la socie- dad del hecho que los ancianos, a pesar de los ‘achaques’  inevitables,  a  veces  graves,  son siempre  importantes,  es  más,  son  de  hecho indispensables.  Más  allá  de  cualquier  visión discriminante, la vida humana conserva siempre su valor a los ojos de Dios. Por ello, los ancianos participan plenamente en la misión de la Iglesia, pues llevan consigo la memoria y la sabiduría de la vida, para transmitirla a los demás”.

Dios quiera que no haya un solo viejo abandonado en este mundo. Y es que más que un deber de justicia cuidar a nuestros padres y/o abuelos es un mandamiento gozoso porque no hay nada más hermoso que servirlos y acompañarlos, aunque cueste tiempo y sacrificio. ¡Dios bendiga a todos nuestros queridos viejos!

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