Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias formamos la Iglesia que es, sin embargo, «una» y «santa», como afirmamos en el Credo –explicó el Obispo de Roma en la Catequesis del miércoles 27 de agosto-. La Iglesia es una porque tiene su origen en Dios uno y trino, misterio de unidad y de comunión plena. Es santa –dijo-, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada de su amor y salvación.

Francisco manifestó que “la experiencia nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. A veces nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión para compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías…Y las habladurías están a la mano de todos. Pero esto ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer. Es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une…” afirmó.

Por esto el Papa instó a hacer un serio examen de conciencia. “En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino del diablo que por definición es aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios –manifestó-. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonar y de querernos bien, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse a imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia”.

Por eso, reflexionó el Sucesor de Pedro, “esta fe que profesamos nos empuja a la conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad. Si nosotros no estamos unidos, no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús”. Y el Papa insistió: “Pero Jesús ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar. Él está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos”.

En este marco Francisco relató que una vez escuchó algo muy interesante y bello de una anciana que había trabajado toda su vida en la parroquia y uno que la conocía bien dijo: “esta persona jamás ha hablado mal, jamás participó de habladurías, siempre tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana!, afirmó Francisco, es un hermoso ejemplo.

“Queridos amigos –concluyó el Obispo de Roma-, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no? Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre”.

 

 

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