Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán |
Desde el lunes pasado me encuentro en la ciudad de Panamá, en un Congreso latinoamericano convocado por el Departamento de Familia, Vida y Juventud del Consejo Episcopal Latinoamericano. Somos más de 300 personas, entre obispos, sacerdotes, matrimonios y jóvenes. De México estamos participando 14 personas.
Todos estamos trabajando en la pastoral de la familia, de la vida y de la juventud. Nos une y compromete el tema de la familia. Todos nos unimos a lo que nos dice el Papa Francisco, que “la familia es el motor del mundo y de la historia”. Pero por los hechos puede resultar que se trate de un motor que haga avanzar o retroceder, según el caso, y lo constatamos en la realidad de nuestras familias, con sus luces y sombras. Sin embargo anhelamos incrementar sus luces y atenuar sus sombras.
Efectivamente, la familia puede influir en hacernos mejores ciudadanos y mejores cristianos; o, por el contrario, ciudadanos mediocres y corruptos, cristianos convenencieros y complacientes.
Pues bien, acentúo las posibilidades extremas, pero aliento a que afrontemos nuestra realidad negativa con verdad y valentía, con esperanza y fortaleza. Es posible encontrar remedio a los males. También es posible crecer en la verdad, el bien y la solidaridad que ya vivamos. En otras palabras, como nos dice el Papa, es posible “curar las heridas y calentar los corazones de los fieles, de modo que todos seamos misioneros, portadores de la misericordia como Jesucristo”.
Se trata de asumir el desafío: no dejarnos llevar por la corriente, por lo fácil y cómodo, por el afán de tener más dinero, más placer, más poder, más fama, sino por el anhelo de crecer en humanidad y en actitud de discípulos misioneros de Jesucristo. Él mismo nos llama y nos envía, además de comprometerse a sostenernos y conducirnos con su Espíritu. Usted decide, pero le invito a responder a Jesús, que es con mucho lo mejor. Costará, ciertamente, pero valdrá la pena.