Por Eugenio Lira Rugarcía |

Hoy celebramos la Transfiguración del Señor (cfr. Mt 17,1-13). Seguramente todos anhelamos ser felices. Sin embargo, quizá ante las dificultades y sufrimientos de la vida nos preguntemos si esto es posible.

Dios, que nos creó para que fuéramos plena y eternamente felices, ha enviado a su Hijo a rescatarnos de la infelicidad a la que nos conduce el pecado y a mostrarnos el camino de la dicha sin final. Por eso, en la Transfiguración nos dice: «Este es mi Hijo, escúchenlo».

Escuchemos a Jesús que nos enseña a mirar más allá de los sufrimientos y problemas transitorios de esta vida y a descubrir que al final Dios nos tiene reservada una vida plena y eternamente feliz, que se alcanza por el camino del amor a Dios y al prójimo.

El propio Jesús vive este amor y se le nota en la Transfiguración, en la que, como explica Benedicto XVI, se hace visible lo que acontece en la oración: la luz de Dios nos ilumina y podemos irradiarla a los demás.

Al transfigurarse, Jesús nos libera de los temores y nos llena de esperanza al mostrarnos la eternidad feliz que aguarda a quien en esta peregrinación terrena pase amando y haciendo el bien. «Nadie dude que recibirá la recompensa prometida -exclama san León Magno- ya que a través del esfuerzo se llega al reposo».

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