Por Mónica Muñoz |

El 26 de julio celebramos a San Joaquín y Santa Ana, nombres otorgados por tradición a los padres de la Virgen María.  Ese día también se ha dedicado a los abuelos, porque ellos lo son del Niño Jesús.

Es un día que deberíamos festejar en grande, como se hace con el 10 de mayo, pues los abuelos son las personas de las cuales descendemos, y en innumerables casos, los pilares que sostienen las familias.

Es sabido por todos que en otras culturas, se les venera de manera especial por considerarlos fuente de conocimientos y experiencia, sobre todo en los países de oriente.  Pero en México no nos quedamos atrás, muchas generaciones han crecido bajo la tutela de esos seres maravillosos que nos transmiten sus vivencias y sabiduría.  Es más, aún existen poblaciones en Oaxaca y Chiapas que, simbólicamente, se rigen bajo la “gerontocracia”, forma de gobierno en la que el Consejo de Ancianos tiene la última palabra en los asuntos de su comunidad.

Desafortunadamente, esta situación ha ido cambiando con el paso de los años, poco a poco se ha perdido el respeto por las personas mayores para ceder camino a la “cultura del descarte”, como lo llama el Papa Francisco.  Ya lo denunciaba San Juan Pablo II, la “cultura de la muerte” ha permeado todos los ámbitos de la existencia del ser humano, tan gravemente que, la persona que no deja algún beneficio económico, es mejor eliminarla.  Y lo peor de todo, es que ya no nos escandaliza.

Hace algunos años, veíamos en las noticias que, en abril de 2001, Holanda era el primer país en legalizar la eutanasia activa, bajo la falsa premisa de que era mejor tener una “buena muerte” que vivir sin dignidad.  Por eso se le llamó “muerte digna”.  El objetivo era “ayudar” a dejar este mundo a la gente que sufría dolores insoportables o enfermedades sin remedio y que estaban al borde de la muerte, la única condición era que el paciente dejara una declaración manifestando su deseo de morir, en caso de no poder expresarlo en el momento, es decir, debía dejar un “testamento vital”.

Muy piadoso, aparentemente, sin embargo, pensamiento lleno de engaños, pues según los expertos, no se puede saber hasta qué punto puede llamarse “sufrimiento insoportable”.  Sin embargo, es cierto que, muchas personas han llegado a pensar que, si enfermaran, no les gustaría ser una carga para sus familiares y deciden acabar con sus vidas para no hacerles pasar el “mal trago” de lidiar con ellos.  ¿Cómo es posible que se vea como estorbo a los seres que nos han dado lo mejor de ellos?

Al respecto, circula por las redes sociales una imagen conmovedora con un pensamiento más que acertado: se trata de la fotografía de una mujer entrada en años, encorvada por el exceso de trabajo y su cabeza llena de canas por las penas y la edad.  Al pie, la foto tiene esta frase: “Es triste cuando una madre pudo cuidar a diez hijos, pero diez hijos no pueden cuidar a una madre”.

Es inconcebible lo que los hijos ingratos son capaces de hacer a sus padres.  Recuerdo con pena el caso de unos señores, que fueron despojados de su casa por su propio hijo. Y qué decir de las personas mayores que mueren solas en sus domicilios por no tener a nadie que vea por ellos. O los que son abandonados en los asilos por considerarlos “obsoletos”. Y en esos países de primer mundo, los hijos que matan a sus propios padres cuando ya no les sirven de nada.

Y tantos ejemplos que podemos traer a colación, que nos ilustran perfectamente el descuido y sobre todo, el desamor que toleran nuestros mayores. Creo que quienes así actúan, olvidan que algún día ellos mismos serán ancianos y necesitarán apoyo.  Qué insensibles nos hemos hecho ante la desgracia ajena.

No dejo de pensar en las palabras de la Escritura: “Hijo, sé el apoyo de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes disgustos. Aunque se debilite su mente, sé indulgente con él, no lo desprecies” (Eclesiástico 3, 12-13).

Mucho tenemos que meditar y por encima de todo, que hacer, para frenar los abusos que se comenten en contra de los adultos mayores, no les neguemos la dicha de gozar de su familia, de ver crecer a sus nietos y de convivir con sus descendientes, porque recordemos que lo que se siembra, se cosecha.

¡Que tengan una excelente semana!

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