OCTAVO DÍA | Por Julián López Amozurrutia |

Fue el primer Papa elegido en el siglo XX. De origen sencillo, José Melchor Satro era hijo de un cartero y una costurera. Ordenado sacerdote a los veintitrés años, en 1858, ejerció su ministerio de manera destacada en su diócesis de Treviso, en parroquia, en el seminario, en la catedral y en la curia. Fue nombrado obispo de Mantua en 1884, llevando adelante una notable labor de reconciliación y purificación de las costumbres. Promovido a la sede patriarcal de Venecia en 1893, destacó siempre por su humildad y bondad, la de un auténtico pastor.

Su elección como Pontífice, en 1903, fue producto de un curioso incidente. Para suceder al gran León XIII había un fuerte acuerdo de que pudiera ser llamado a la Sede de Pedro el Cardenal Mariano Rampolla del Tindaro. Sin embargo, éste recibió el veto del emperador austrohúngaro, Francisco José I, transmitido por medio del arzobispo de Cracovia. En un momento de grandes tensiones en Europa, el emperador temía que Rampolla desarrollara una gestión favorable a Rusia.

Los electores manifestaron su indignación ante el veto, por considerarlo anacrónico. Sin embargo, era legal. Los vínculos políticos y religiosos se expresaban aún por ese medio, en lo que resultaba ser una franca intromisión de los poderes civiles en asuntos eclesiásticos. Elegido Papa, Pío X mismo pondría fin a la legislación que había permitido aquello, aboliendo al derecho al veto en la Constitución Apostólica Commissum nobis.

La gestión de Pío X como Sumo Pontífice fue notable en múltiples frentes. Contó para ello con el respaldo de uno de los personajes más apasionantes y polifacéticos de la historia eclesial del siglo XX: el cardenal Rafael Merry del Val, cuya causa de canonización se encuentra en trámite. Proveniente él de la nobleza, políglota y extraordinario hombre de cultura, así como piadoso y caritativo, desde muy joven había ya destacado en el pontificado de León XIII como diplomático certero, y estableció con Pío X una mancuerna espiritual y pastoral que benefició enormemente a la Iglesia. Merry del Val era treinta años más joven que el Papa, de modo que lo sobrevivió más de tres lustros. Con todo, su devoción era tal que suplicó ser enterrado cerca del venerado pontífice.

A San Pío X se le recuerda sobre todo por haber hecho frente al modernismo, en un tiempo de enormes confusiones. Sin embargo, la raíz de su compromiso debe buscarse en sus convicciones de fe. Éstas se leen en con particular claridad en su Encíclica E Supremi, donde identifica la «deplorable condición del género humano» sobre todo en una enfermedad que se había agravado: «el abandono y el rechazo de Dios». De ahí seguía un plan de pontificado que quería concentrarse en el propósito de «renovar todas las cosas en Cristo».

Poco se sabe, en cambio, de su solicitud por la condición de los indígenas en Sudamérica. Enterado con horror de una serie de abusos inconcebibles en un tiempo que se preciaba de civilizado, en su Lacrimabili Statu condenó y declaró «culpable de grave crimen» a quien «se atreva o pretenda reducir a dichos indígenas a la esclavitud, venderlos, comprarlos, intercambiarlos o darlos, separarlos de sus esposas e hijos, privarlos de sus bienes o tierras, transportarlos o enviarlos a otros lugares, o de cualquier manera se les quite la libertad y se les retenga en esclavitud».

Los tiempos no eran fáciles. Pero las barbaridades no se daban sólo en países para él remotos. De hecho, el fin de su Pontificado coincidió trágicamente con el inicio de la Primera Guerra Mundial, que con dolor él mismo había vaticinado.

A cien años de su muerte, la memoria de toda su obra es un estímulo para no rendirse nunca ante las condiciones complejas de la historia. En medio de la más oscura dificultad, la bondad es siempre una posibilidad, por gracia de Dios.

Publicado en el blog Octavo Día, de El Universal (www. eluniversal.com.mx), el 29 de agosto de 2014. Reproducido con autorización del autor: padre Julián López Amozorrutia.

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