Por Juan Gaitán |

Casi todos los métodos de oración proponen tomarse un momento antes de comenzar para hacerse consciente de lo que está a punto de acontecer. Así, existen diversas realidades deslumbrantes de nuestra fe, a las cuales, por desgracia, podríamos habernos acostumbrado.

Por eso, pienso que SERÍAMOS UNA IGLESIA DISTINTA SI…

…si asumiéramos las bienaventuranzas como ideal de vida.

…si nos fuéramos conscientes en profundidad de que Cristo está realmente presente en la Eucaristía.

…si creyéramos que cuando ayudamos al más pequeño de nuestros hermanos, ayudamos a Cristo; y cuando dejamos de ayudar a un necesitado, dejamos de ayudar a Cristo.

…si viéramos en Jesús el Rostro del Padre, y nos hiciéramos conscientes de que conocer el Evangelio es conocer al mismo Dios.

…si nos fiáramos enteramente de Dios en medio de las tribulaciones.

…si creyéramos que en realidad Dios está presente cuando nos reunimos dos o tres en su nombre.

…si laváramos los pies de nuestros hermanos como Jesucristo pidió que hiciéramos.

…si ante la muerte de nuestros familiares tuviéramos fe firme en la Resurrección.

…si acudiéramos a la oración sabiendo que allí nos espera Dios con los brazos abiertos.

…si nos hiciéramos conscientes de que la construcción del Reino de Dios es una vocación para cada uno de nosotros.

…¡si viviéramos con alegría y gozo el don de ser cristianos!

En definitiva, seríamos una Iglesia distinta si amáramos al prójimo como Cristo nos amó. Pero nuestra condición humana es de peregrinos, caminantes, que, como los discípulos, comprendemos poco a poco el amor de Dios que hemos experimentado. Por ello hemos de pedir al cielo: ¡Señor, danos la valentía de ser cristianos, permítenos reconocer tu presencia en los acontecimientos de nuestras vidas!

 

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