Por Fernando Pascual |
El dogmatismo antidogmático surge cuando se acusa a los dogmas de dañinos, oscurantistas, enemigos del progreso, provocadores de conflictos; cuando se piensa que vivir sin dogmas es la única actitud positiva para construir sociedades sanas, democráticas, participativas, dialogantes.
Se trata de un dogmatismo paradójico. Por un lado, denuncia la maldad de los otros dogmas. Por otro, se autodeclara como bueno, como un “dogma antidogmático” que, con mayor o menor conciencia, se autodestruye.
Porque resulta extraño acusar a los demás como dogmáticos y “peligrosos” mientras uno mismo, al hacer tal acusación, actúa también dogmáticamente y, por lo tanto, se convierte en alguien peligroso, si acepta su misma afirmación.
El dogma antidogmático, sin embargo, cuenta con adeptos. Basta con leer algunos textos contra la educación tradicional, acusada de dogmática, o algunas defensas de la pedagogía crítica, para percibir la presencia de este tipo de ideas.
Más allá de un dogma extraño y autodestructivo, lo importante no es criticar a los dogmas por ser dogmas, sino clarificar lo que significa tener convicciones (ideas asumidas por verdaderas), ver sus tipologías, y los modos con los que las personas las defienden.
En otras palabras, muchos problemas surgen no porque uno sea dogmático (dogmáticos los hay y los habrá siempre, también entre los críticos del dogmatismo), sino en los contenidos de los dogmas que cada uno defiende.
Así, uno que crea que todo ser humano tiene dignidad y merece ser ayudado, si es coherente defenderá la vida de todos, en todas sus etapas de desarrollo (embrión, feto, niño, joven, adulto, anciano). Como quien defienda que ningún ser humano es digno, si es coherente podrá aceptar que se haga cualquier cosa con aquellos que le resultan “problemáticos”, empezando por los embriones y los seres humanos con defectos más o menos graves.
Hay que dejar de lado teorías que dicen defender el diálogo, la democracia y la justicia con antidogmatismos dogmáticos, cuando lo importante es buscar aquellas convicciones que avancen hacia la verdad, el bien, la convivencia auténtica y el respeto a los derechos de todos, sin discriminaciones.