Por Juan Gaitán
«Lo mejor de ese lugar es que aceptan a cualquiera.» Me lo dijo una persona y después lo comprobé. Respecto al mismo tema leí lo siguiente en internet:
- «…te encuentras de todo, personas de todo tipo y de cualquier clase social. En realidad eso es lo que menos importa cuando estás aquí…»
- «…todo tipo de personajes de la ciudad –bailarines, hipsters, fresas, rucos y taxistas– se unen…»
- «…lo mismo te encuentras a bellas modelos, albañiles, chavos fresas, secretarias, señores maduros…»
- «…mágicamente, logran que la gente –por más diferente que sea– se deje de juzgar y se empiece a divertir…»
Pudiera parecer que se trata de un increíble proyecto de Pastoral de la Iglesia que se está llevando a cabo, tal vez un concierto de música católica, pero no, estas frases hablan del establecimiento Patrick Miller, un sitio para ir a bailar en la Ciudad de México.
El Reino de Dios: Unidad en la diversidad
El mensaje central de la predicación de Jesús es claro: Construir el Reino de Dios y, para explicarlo, el Maestro se valió de diversas imágenes: «el Reino de los Cielos es como…», «el Reino de los Cielos se parece a…»
Eso es lo que me recordó haber conocido el establecimiento mencionado. Al estar allí, no pude más que pensar: ¡esto es una fiesta a la inclusión! ¡esta situación tiene tanto por enseñarnos en la Iglesia!
A pesar de que en aquel lugar se venden cervezas, lo que reúne a tan diversas realidades es la música y el baile; reúne la diversidad en torno a una pasión. Ahí vi a personas homosexuales, a norteamericanos, a mujeres adultas, a jóvenes apenas mayores de edad, a un par de travestis, etc. ¡Todos en el mismo establecimiento!
No pude más que soñar que quienes se encontraban allí se sintieran bienvenidos a celebrar la Eucaristía, a nuestras actividades pastorales; que se supieran llamados a un comunitario encuentro con Cristo todo-misericordioso.
Me vino también a la memoria la realidad de nuestras asambleas eucarísticas homogéneas. Por un lado, las misas dominicales en las parroquias pudientes de cada ciudad, en las que la «cuota de recuperación» por el sacramento del Matrimonio es mayor a diez mil pesos; y, por otro lado, en contraste, las capillas con techo de lámina en las periferias (y, por otro más, quienes no se sienten bienvenidos por los moralismos con los que algún miembro de la Iglesia los ha excluido).
¿Será que nos tomamos en serio que lo más importante de la predicación de Jesús es el anuncio del Reino de Dios? ¿Será que, como Iglesia, realmente queremos hacer realidad este Reino de Amor, de Inclusión?
Lee más textos del autor de este artículo en: www.falsoconfalso.wordpress.com