Por Antomio Maza Pereda, Red de comunicadores católicos |
Dentro de unas tres semanas se iniciará el Sínodo Extraordinario de la Familia con el tema «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización». Un evento largamente preparado por el Vaticano, incluyendo su preparación mediante una amplia encuesta desarrollada en casi todas las diócesis de la Iglesia Católica.
Valdria la pena, sin embargo, comentar con el debido respeto que hay un tema que no está siendo previsto en la agenda que hasta ahora se ha dado a conocer. Sí, al hablar de los desafíos se presentan temas tales como: la comunión a los divorciados vueltos a casar, los bautizados que se casan civilmente, las parejas que viven en disparidad de culto, y las uniones homosexuales, entre otros. Sin embargo, no se ha mencionado un tema que precede y posiblemente influye más importantemente en los aspectos pastorales: cada vez hay menos matrimonios. De todos los tipos; matrimonios civiles y matrimonios eclesiásticos. Tal parecería que nuestros jóvenes ya no ven como una opción de vida atractiva el formar familia. No en balde ha hablado el Papa Francisco recientemente sobre «la valentía del matrimonio».
Una tendencia muy clara es la de parejas conviven sin tener hijos. Los hogares a los que se les llaman «dos ingresos, no niños». Por otro lado, la formación y el desmembramiento de las familias se hacen cada vez más de una manera informal: Las parejas inician su convivencia sin matrimonio, con la llamada unión libre, y se separan igualmente de una manera informal. En México, por lo menos, el número de madres solas que crían a sus hijos sin padre son, en mayor número, mujeres abandonadas por el padre de sus hijos, seguidas por madres solteras que nunca formaron una convivencia familiar y en tercer lugar, madres divorciadas. Claramente, los censos no registran estos datos con precisión. Hay registro claro de cuantos se divorcian y cuántos se casan. Los números de uniones libres y de madres abandonadas son mucho menos exactos: se estiman a partir de las declaraciones que las madres solas hacen a las autoridades del Censo. Son datos que no se pueden confirmar y que dependen de la voluntad de las personas para declararlos.
En cuanto a los jóvenes, es muy cierto que cada vez son menos los que ven como una opción de vida el matrimonio. Muchos encuentran atractivo el estilo de vida de tener relaciones sexuales «sin ataduras», con las cuales explícitamente se decide no formar una familia. Otros conviven de una manera informal, es decir, en unión libre, porque no encuentran ventajas o atractivo en tener la formalidad de un matrimonio. ¿Qué está pasando?
Con cierta frecuencia se oye responder: «Es que los jóvenes no se quieren comprometer». Una respuesta que, me parece a mí, quiere echarles la culpa a los jóvenes de este fenómeno y nos deja a los adultos a salvo. Ellos, esos jóvenes, son los que tienen la culpa. Y, la verdad, me parece injusto. He tenido la suerte de trabajar los últimos 30 años con jóvenes, hombres y mujeres, de 25 a 35 años. He aprendido muchas cosas y una de ellas es que estos jóvenes si se comprometen. No sólo se comprometen; son apasionados en lo que perciben como importante. Son, en mi opinión, mucho más entregados que muchos adultos. Pero es claro que el matrimonio no despierta el entusiasmo de muchos.
Cabría la pena de hacernos una autocrítica. ¿Somos los casados un modelo a seguir para los jóvenes? ¿Se ve que llevamos una vida feliz? ¿Proyectamos amor por nuestra familia? Honestamente, ¿despertamos deseo de imitar nuestras conductas? No estoy tan seguro. Medio en broma, medio en serio es más frecuente que hablemos de las dificultades, de las frustraciones, de los inconvenientes del matrimonio, que de la felicidad que este estado de vida nos ha dado. Y en esa situación, ¿por qué habría de atraerles el estado de vida del matrimonio?
Muchos jóvenes quisieran poder vivir felizmente un matrimonio con una larga duración. Pero les cuesta trabajo imaginarse cómo lograrlo. Mi esposa y yo hemos vivido en varias ocasiones la experiencia de estar conversando con un grupo de jóvenes y mencionar que ya pasamos de 40 años de matrimonio. Y la reacción prácticamente inmediata de los jóvenes es preguntarnos: «¿cómo lo lograron?». Algo que muchas veces nos cuesta trabajo responder de un modo preciso: no tenemos una «receta» para responder. La última vez, un poco en broma, les respondí: «el secreto es que no hay secreto».
Creo yo que este es un tema fundamental. Si no convencemos a los jóvenes de la bondad y la belleza de formar una familia con intención de vivir con ella por toda nuestra vida, muchos de los temas pastorales que se han mencionado para el Sínodo, se quedarán en remedios para casos extraordinarios y no en el enfoque a lo fundamental de la visión católica del matrimonio e incluso de la visión laica del matrimonio.
Eso, en mi opinión, debería ser el tema fundamental de los laicos católicos. Transmitir, convencer, exponer y da testimonio de la belleza y la felicidad que genera el matrimonio vivido según el modelo que el propio Jesús estableció. Y es un tema en el que los clérigos pueden hacer poco: nos toca a los seglares.