Dice san Lucas en el Evangelio que el rey Herodes tenía curiosidad de ver a Jesús. Los hechos suceden así: “El rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Pero Herodes decía: ‘a Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?´. Y tenía curiosidad de ver a Jesús.” (Lc 9,7-9).

Pero la curiosidad de Herodes es intrascendente, o sea que no lo hace moverse hacia Jesús para buscarlo y encontrarlo. El momento llegará en la pasión, como nos dice el mismo san Lucas: “Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera.” (Lc 23,8). La curiosidad de Herodes es semejante a la del espectador en un circo, esperando acciones sorprendentes y espectaculares; Jesús, que conoce el corazón humano, queda callado, ni habla ni actúa. Herodes, entonces, desprecia a Jesús y se burla de él.

Hay, en cambio, una curiosidad trascendente en Zaqueo, quien supera la dificultad de la multitud reunida y la propia condición de ser bajo de estatura, trepándose a un árbol para ver pasar a Jesús. Jesús, entonces, premia la curiosidad anhelante de Zaqueo y decide hospedarse en su casa (Lc 19,1-10).

Es saludable preguntarnos: ¿Qué tanta curiosidad o deseo tengo de encontrarme con Jesús? ¿Es como Herodes o como Zaqueo? En estos dos casos, los resultados son opuestos: Herodes, soberbio y dueño de sí, al despreciar a Jesús hace alianzas políticamente correctas con Pilato, pues estaban enemistados (Lc 23,12). Zaqueo, por el contrario, se deja transformar por Jesús y cede la mitad de sus bienes a los pobres y en el caso de haber defraudado a alguien, le devolverá el cuádruple (Lc 19,8).

Estamos casi por concluir el mes de septiembre, mes de la Biblia. Dice san Jerónimo, patrono de los biblistas, que “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”. Cada día, especialmente el mes de la Biblia, es una magnífica oportunidad de encontrarnos con Cristo en la lectura orante de la Biblia. Y la Biblia se centra en buscar, encontrar, seguir y dar testimonio de Jesús. Que no sea con la curiosidad malsana de Herodes, sino con la curiosidad trascendente de Zaqueo; con la disponibilidad total de los apóstoles, también de los santos a lo largo de la historia.

Felicito a quienes se reúnen en familia o en grupos de oración para encontrarse con Jesús y compartir sus frutos.

 

 

 

Por favor, síguenos y comparte: