El Observador |

Los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Acapulco (Tlapa, Chilapa-Chilpancingo, Altamirano y Acapulco), han seguido reflexionando sobre los lamentables sucesos de Ayotzinapa y hablan fuerte y claro sobre la trascendencia que tiene para la vida del pueblo un hecho como éste.

Violencia sostenida

La crisis social y política que se ha desencadenado a partir de los dolorosos sucesos del 26 de septiembre en Iguala, es un adelanto de que la violencia desatada en Guerrero desde hace años tiene capacidad de desestabilización y de ingobernabilidad. Este criminal hecho es como una ventana que nos permite mirar hacia el fondo del profundo Guerrero adolorido por tanta violencia. La cifra espantosa de más de 12 mil homicidios dolosos desde el año 2007 nos hace pensar que el caso de Iguala es una muestra de lo que ha sido la vida cotidiana en los últimos años. Además de los homicidios, hay miles de víctimas de secuestros, desapariciones forzadas, desplazamientos forzados, extorsiones y amenazas son algunas de las formas más comunes de violencia que padecemos. Según encuestas de opinión, la inseguridad y la violencia son los problemas más graves del estado de Guerrero. Los 43 estudiantes aún desaparecidos de la normal de Ayotzinapa han engrosado el número de víctimas de las violencias. Estamos ante un momento muy crítico, que necesita ser abordado con mucha responsabilidad por los diversos actores sociales y políticos.

El hecho de que hayan sido los cuerpos policiacos y las autoridades constituidas, protagonistas de este caso tan doloroso, hace pensar en la necesidad de poner la máxima atención en el factor político de la violencia, en cuanto que las autoridades responsables de la seguridad y del bienestar de la población estén actuando en contra del interés público y nos obliga a pedir un esfuerzo mayúsculo para el saneamiento de las instituciones públicas que estén afectadas por el cáncer del crimen organizado. Una especial atención ha de darse, en este sentido, a los municipios, que son altamente vulnerables ante las  amenazas de las organizaciones criminales.

La Iglesia católica en el estado de Guerrero se ha comprometido, desde hace unos años, en la construcción de la paz. Nuestro empeño es convertirnos en un referente que con la fuerza y la luz del Evangelio, aportemos valores y principios para transformar a las personas desde su dimensión espiritual para que se conviertan en constructoras de paz en la vida cotidiana. Queremos destacar la necesidad de valores como la reconciliación y el perdón, que implican siempre el reconocimiento de la verdad y la exigencia de la justicia.

Los obispos de las diócesis guerrerenses hacemos un llamado urgente a las autoridades para que antepongan siempre el bien de los pueblos antes que cualquier otro interés político o partidista. Es necesario que protejan a las instituciones públicas de cualquier signo de orden criminal para que cuenten con la confianza de los ciudadanos. También les pedimos que hagan una opción preferencial por las víctimas de las violencias, por lo que en este momento, sigue siendo de alta prioridad encontrar a los normalistas desaparecidos. Lo mismo que en Las investigaciones que se vayan realizando, den información oficial y puntual de su avance y sus logros o dificultades.  Y hacemos otro llamado a la sociedad y a sus organizaciones en el sentido de participar de una manera responsable, privilegiando el diálogo y la búsqueda del bien común. Entendemos que en circunstancias como las actuales, repletas de rabia e inconformidad, los ánimos se exacerban, pero la violencia no resuelve nada pues solo complica las soluciones.

Como obispos de la Iglesia católica en Guerrero, seguimos orando por todos los difuntos y los desaparecidos,  a los dolientes ofrecemos el consuelo y la esperanza de la fe, confiando en la fortaleza que recibamos de María, nuestra Señora de Guadalupe y  pidiendo a San David Uribe y a San Margarito Flores que intercedan para que encontremos el camino del perdón, la reconciliación, el consuelo, la esperanza y la paz. También queremos aportar lo que específicamente nos corresponde: acompañar a nuestros pueblos en sus esperanzas y en sus sufrimientos, en sus anhelos y luchas para tener una sociedad justa y pacífica. Estamos abiertos a dialogar con quienes acepten nuestra voz y a colaborar con quienes se pongan en el camino de la paz.

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