Por Jorge Traslosheros  |

El cristianismo se comprende mejor desde la paradoja: la fortaleza se encuentra en la fragilidad, la gracia en el pecado, como el futuro en los ancianos, según hizo notar el Papa en su encuentro con cuarenta mil abuelos en la plaza de San Pedro. Sin duda, el mejor prólogo al Sínodo sobre la familia.

Los ancianos procedían del mundo entero, si bien llamó la atención un matrimonio iraquí con más de cincuenta años, proveniente de los campos de refugiados creados ante la persecución religiosa desatada por el llamado Estado Islámico. También causó sensación la presencia de Benedicto XVI quien, con sus casi noventa años, es una fuerza vital en la Iglesia. No lo digo yo, sino Francisco quien mostró su alegría por tener al abuelo en casa.

Para los cristianos el futuro de la humanidad está en los ancianos, lo que nos pone en una situación alegremente contracultural. Esta paradoja resulta muy molesta para los promotores de la cultura que hace del narcisismo su principal propuesta. La vejez se oculta por cuantos pretenden hacer de cierto modelo de juventud la única manera legítima de existir. La aversión llega al punto de no poder nombrarlos por su condición. Anciano, abuelo o viejo son sustantivos prohibidos, e incluso quien los pronuncie puede ser acusado de discriminación. Se les debe llamar “adultos mayores”.

Sin embargo, cuantos incumplan con los criterios de eficiencia física deberían ser arrojados al cesto de la basura. Así, entre lindos adjetivos, los promotores de la eutanasia, adalides del narcisismo, ya los han puesto en la mira. Esa forma de homicidio legalizado contra personas fuera de la norma aceptada, encubierto con el epíteto de “muerte digna”. Al cesto de la basura, parecen decir, pero con mucha asepsia para que no se vea feo. Cuando el desprecio se reviste con los trapos lustrosos del eufemismo es tiempo de sonar la alarma. La historia del siglo XX abunda en ejemplos que el amable lector podrá evocar. El domingo bien vale una visita al museo “Memoria y tolerancia”.

Con los ancianos nos jugamos el futuro. Por eso la Iglesia está dispuesta a dar la batalla contra la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia. Los ancianos, dijo el Papa, son la fuerza vital de la sociedad porque transmiten la memoria y sapiencia de la humanidad a las nuevas generaciones. Además, para la Iglesia, son los primeros misioneros pues comparten la sabiduría de una vida de relación con Dios. Misión especialmente importante en tiempos de persecución religiosa. Lo dijo un hombre de casi ochenta años que ha sorprendido al mundo desde la Sede de San Pedro.

Al escuchar las palabras de Francisco recordé el testimonio de mis abuelitos Carlos (paterno) y Beatriz (materna). En mis infaltables noches oscuras han sido luces en el camino de la fe. Ellos crecieron durante la persecución religiosa en México y resistieron por vías no violentas. Un tío de mi abuelo, incluso, entregó la vida.

El matrimonio de abuelos iraquíes, entrevistado por Waldir Ramos (Aleteia.org), dio testimonio del sufrimiento y los horrores vividos por cientos de miles de cristianos en la actual persecución en Irak y Siria. Al final, con desconcertante sencillez, afirmaron: “La Biblia nos enseña a amar a nuestros enemigos y ésta es la enseñanza fundamental que debemos dar a nuestros nietos”. Mis abuelos, ahora lo entiendo, no son un recuerdo. Son poesía cargada de futuro.

 

jorge.traslosheros@cisav.org

Twitter: @trasjor

 

 

 

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