OCTAVO DÍA | Por Julián López Amozurrutia |

Entre los «problemas actuales más urgentes que afectan profundamente al género humano», el Concilio Vaticano II en su Constitución Pastoral Gaudium et Spes trató en primer lugar la dignidad del matrimonio y de la familia.

Ante todo, reconoció que «el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar», y expresó por ello su alegría por «los varios medios que permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de su excelsa misión».

Pero inmediatamente alertó sobre la situación que se percibía entonces. «La dignidad de esta institución no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación».

A esta consideración sobre la situación interna de la misma familia, añadió una perspectiva externa: «La actual situación económico, social-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para la familia. En determinadas regiones del universo, finalmente, se observan con preocupación los problemas nacidos del incremento demográfico. Todo lo cual suscita angustia en las conciencias». Con todo, antes de presentar la doctrina cristiana sobre la familia, concluía su presentación con una visión optimista: «Un hecho muestra bien el vigor y la solidez de la institución matrimonial y familiar: las profundas transformaciones de la sociedad contemporánea, a pesar de las dificultades a que han dado origen, con muchísima frecuencia manifiestan, de varios modos, la verdadera naturaleza de tal institución» (n. 47).

La emergencia social del tema alcanzó un diagnóstico más dramático tres lustros después, cuando el Papa Juan Pablo II habló de los aspectos positivos y negativos de la situación en que se hallaba la familia: «Por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa».

Pero a ello se añadían «signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional». Y sentenciaba la raíz de dicha degradación: «En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta» (Familiaris Consortio, n. 6).

Una revisión sólo del índice del Instrumentum Laboris sobre el que se llevan a cabo las discusiones en el actual Sínodo de los Obispos deja ver la complejidad de la situación actual. Más que nunca resulta pertinente la afirmación de Gaudium et Spes retomada por Juan Pablo II en su Exhortación sobre la Familia: «Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no se forman hombres más instruidos en esta sabiduría» (GS, n. 15, citada por FC, n. 8). Sobre todo tratándose de un punto neurálgico del desarrollo humano, pues es totalmente vigente afirmar que «el futuro de la humanidad se fragua en la familia» (FC, n. 86).

Publicado en el blog Octavo día de eluniversal.com.mx el 10 de octubre de 2014; reproducido con permiso expreso del autor

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