Por Juan Gaitán |

El paso de la indignación al odio es muy pequeño, es una tentación siempre presente. Lo es también el desprecio a otros seres humanos o el abandono y la indiferencia. La indignación es entonces un momento clave para enfrentar estas tentaciones y consolidar la fe, la esperanza y la caridad.

La situación que atraviesa México, caracterizada entre otras cosas por una indignación general de la población ante la situación de violencia e inseguridad, me invita a volver la mirada a Jesús y su testimonio de vida.

Última Cena: Transformación del odio en don de amor

La Última Cena del Señor con sus discípulos se llevó a cabo en una situación muy concreta. El ambiente de ese momento, y en adelante, fue de traición, de negación, de condenación, de muerte; el odio rodeaba a Jesucristo en personas y acto concretos, a pesar de que él había pasado haciendo el bien, anunciando el Reino y denunciando las prácticas inhumanas del pueblo y de las autoridades.

Sin embargo, la reacción de Jesús nunca fue de venganza o rechazo a la voluntad de Dios, más bien, fueron estos acontecimientos los que lo impulsaron a entregarse radicalmente por los demás. En la Última Cena, Jesús habló del mandamiento del amor, en ella, Él transformó el contexto de odio y traición en una entrega de amor llevado al extremo, a una forma definitiva.

De este modo, dice el Cardenal Vanhoye que «cuando se habla de la Eucaristía se suele insistir sobre todo en la transformación del pan y del vino en Cuerpo y sangre de Jesús (…) Sin embargo, existe otra transformación no menos estupenda y muy importante para nuestra vida espiritual: La transformación de una muerte como condenado en don de amor, en medio de comunión y de alianza».*

La Eucaristía: Victoria del amor

Cada celebración eucarística, que es actualización de la Última Cena, es una gran victoria del amor; y nosotros, como participantes de la vida eucarística de la Iglesia, hemos de responder a las situaciones de odio y violencia con una entrega radical, a ejemplo de Jesús. Es decir, ante la tentación de entrar en la dinámica del odio y muerte que abunda en nuestro país, hemos de ser cuidadosos en que las actitudes y comentarios que asumimos estén motivados por el amor, la esperanza y la fe.

Así pues, podemos concluir que si la Eucaristía es actualización del Sacrificio de Cristo (traerlo al momento presente), entonces cada misa debe ser fuente de transformación de contextos negativos en actos concretos de amor. Hoy nos corresponde a nosotros, como miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, ser protagonistas de esa transformación, tomados de la mano de Dios.

*A. VANHOYE, «La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana», Actualidad Litúrgica, vol. 38, no. 208 (México, 2009), p. 10.

 

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