El Santo Padre ha dedicado la catequesis de la Audiencia General de esta mañana a una »verdad fundamental que el Concilio Vaticano II tenía muy presente y que no hay que olvidar nunca: la Iglesia no es una realidad estática, quieta, un fin en sí misma, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos, del que la Iglesia en la tierra es la semilla y el inicio». »Cuando nos dirigimos hacia este horizonte -ha dicho el Papa- nos damos cuenta que nuestra imaginación se para, descubriéndose capaz de intuir el esplendor del misterio que sobrepasa nuestros sentidos. Y surgen en nosotros algunas preguntas espontáneas: ¿cuándo sucederá este paso final? ¿Cómo será la nueva dimensión en la que entrará la Iglesia? ¿Qué será entonces de la humanidad? ¿Y de la creación que la rodea?». Preguntas que no son nuevas ya que los discípulos de Jesús se las planteaban en su momento.
Francisco ha explicado que ante estos interrogantes, la Constitución conciliar Gaudium et spes afirma que »ignoramos el momento en el que la tierra y la humanidad llegará a su fin y no sabemos de qué manera se transformará el universo. Claramente, el aspecto de este mundo, deformado por el pecado, pasa. En cambio, sabemos por la Revelación, que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya felicidad saciará abundantemente todos los anhelos de paz que surgen en el corazón de los hombres… Estaremos -ha añadido Francisco- completamente llenos de la alegría, la paz y el amor de Dios, sin ningún límite, cara a cara con Él».
De esta manera, el Pontífice ha destacado que es bello percibir la continuidad y la comunión que hay entre la Iglesia que está en el cielo y la que aún está en camino sobre la tierra sin olvidar que estamos siempre invitados a ofrecer buenas obras, oraciones y la misma Eucaristía para aliviar el sufrimiento de las almas que todavía están esperando la felicidad sin fin, ya que en la perspectiva cristiana, la distinción no es entre los que ya están muertos y los que aun no lo están, sino entre los que están en Cristo y los que no. Un factor que el Papa ha caracterizado de »realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad».
»Al mismo tiempo, -ha continuado- la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este maravilloso diseño no puede no afectar a todo lo que nos rodea, y que ha nacido del pensamiento y el corazón de Dios… Lo que se prevé, como el cumplimiento de una transformación que en realidad está ya actuando tras la muerte y resurrección de Cristo, es por lo tanto una nueva creación, no una aniquilación del universo y de todo lo que nos rodea, sino un llevar todo a su plenitud del ser, de verdad, y de belleza. Este es el plan que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando’. Así, -ha finalizado- cuando pensamos en esta estupenda realidad que nos espera, nos damos cuenta de cuanto sea maravilloso el don de pertenecer a la Iglesia que lleva inscrita una vocación altísima».