Por Antonio Maza Pereda |
La crisis actual es una crisis de sentido: Mauricio Beuchot
Ante un problema tan grave como son los hechos de Iguala, los partidos mayoritarios, a petición de la COPARMEX, están proponiendo un pacto por México y contra la violencia. No será el primero, por desgracia. Algunos acuciosos comunicadores han hecho el inventario de, por lo menos, una media docena de pactos para enfrentar la delincuencia y la violencia. Todos fallidos. Todos inútiles. Todos excelentes para efectos mediáticos, pero con poca sustancia y nulos resultados. Una pregunta obligada sería: ¿qué va a hacer que este pacto sea diferente de los anteriores?
¿Qué nos pueden ofrecer los partidos políticos? Nuevas leyes; eso es lo que saben hacer. Penas más severas; ese es el camino que han seguido en los pactos anteriores. Pero nada de eso da resultados por la incapacidad del gobierno, en los tres niveles, de hacer cumplir las leyes. Se dice, y no sin razón, que si en México se cumplieran todas las leyes que tenemos, viviríamos casi en el paraíso. Otra cosa que nos pueden ofrecer es reestructurar a las policías. Se ha intentado múltiples veces: el único resultado concreto ha sido poner más delincuentes en las calles y nuevas organizaciones que rápidamente son penetradas por la delincuencia. Otra vez: ¿qué harán de manera diferente para que ahora tengamos una mejor policía?
Pero creo yo que todo esto pierde el punto central. El problema, como dice Beuchot, es la pérdida de sentido. Hemos perdido el sentido de la decencia, el sentido del honor, el sentido de la verdad, el sentido de lo justo. Nos centramos en nuestros múltiples derechos, y no queremos oír hablar de los deberes correlativos a esos derechos. Vivimos, como dice Lipovetsky, en el ocaso del deber. El entretenimiento es una actividad de tiempo completo, se ha vuelto el valor supremo, y dejó de ser el reposo que nos permite trabajar con mayor eficiencia. Al gobierno le importa más los impactos mediáticos y en las redes sociales que los resultados de fondo. Gobiernan para verse bien en los medios. Y así podríamos seguir casi hasta el infinito.
Suena como algo muy etéreo decir que tenemos que recuperar el orden que le damos a nuestros valores. Pero ahí están los problemas de fondo. Cuando damos más importancia a lo económico, como valor supremo, es de esperarse que los resultados sean corrupción, explotación, repartición inadecuada de la riqueza. Cuando ponemos en primer lugar a nuestro propio beneficio, a lo individual y tenemos en el final de nuestras preocupaciones la sociedad y el bien común, estamos justificando el conocido dicho: «el que no transa no avanza.» Con esa jerarquía de valores todo se acepta, todo es permisible. Y, por supuesto, algo que no es nuevo: el respeto a la ley ocupa un lugar muy bajo en nuestra jerarquía de valores. Claro, a menos que nos beneficie de alguna manera en lo individual o en lo económico.
¿Cómo llegamos a esta situación? Poquito a poco. No ocurrió en un sexenio o en cinco, ha sido un proceso de muy largo plazo. Con el pretexto de «ser laicos» dejamos de hablar de ética. Dejamos de hablar de las virtudes ciudadanas y sociales. Dejamos, hace varias décadas, de enseñar civismo a nuestros hijos y, por supuesto, de aplicarlo nuestra vida diaria. Hablar del bien y la virtud suena a mochería. ¡Horror! ¡Cualquier cosa menos eso! Nosotros somos políticos modernos dicen ellos; esos temas son para el fondo, muy en el fondo de la conciencia. Que los prediquen las iglesias, pero no en público: en el fondo de las sacristías. ¡Para eso somos laicos!.
Y así, poco a poco, dejamos de considerar conceptos tan valiosos y tan laicos como las virtudes sociales, la convivencia cívica, el bien común y otros muchos más, que hoy a nuestra sociedad le suenan extraordinariamente extraños.
En buena hora vengan este y todos los nuevos pactos que se le ocurran los políticos. Y, lo deseo vehementemente, que tengan éxito. Pero, finalmente, sólo están tratando con los síntomas y las causas siguen ahí. Tal vez porque son más difíciles de atender. Nos estamos centrando en los efectos y no en las causas de los problemas. Como el médico que se preocupa solo en bajar la fiebre del enfermo, sin ver que la está provocando.
Tal vez porque resolver las causas no va a dar resultados en el periodo sexenal. Tal vez porque la mayoría de la población, posiblemente, tampoco entiende muy bien que los problemas de fondo están ahí. Pero eso es lo que necesitamos. Nuestra sociedad está sufriendo el equivalente a un infarto coronario. Sí, nos pueden dar aspirinas y ponernos curitas. Algo bueno harán. Pero el problema de fondo es otro. Nuestra sociedad requiere una operación a corazón abierto. Dolorosa, riesgosa, con resultados a largo plazo. Difícil, sin duda. Pero como dijo Chesterton, hay soluciones que no se han intentado porque son difíciles. Nuestro problema está en los valores y el orden en que los colocamos en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo, en la formación de nuestros hijos y la nuestra. ¡Basta ya de ese prurito por parecer moderno y laico, con una laicidad mal entendida!