Por Jorge Traslosheros |
Francisco celebró con audacia la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Acompañó la liturgia con la hermosa Misa Criolla, del compositor argentino Ariel Ramírez, y mostró la hoja de ruta de la Iglesia en “la Patria Grande”, que va de Alaska a la Patagonia, como bien dijo.
En la homilía mostró su cariño por la Virgen, hizo auténtica teología y eclesiología desde América Latina y ubicó el acontecimiento guadalupano en su justa dimensión cristocéntrica. Tomó por base el Nican Mopohua y lo puso en la perspectiva del Evangelio a través del Apocalipsis, el Magníficat y las bienaventuranzas. Podemos dividir su mensaje en siete puntos.
1.- María, en su advocación de Guadalupe, al presentarse ante Juan Diego como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”, abrazó en el indio a los nuevos pueblos americanos “en dramática gestación”. Refiriendo el Apocalipsis, recordó uno de los tópicos centrales de la tradición al equipararla con la “gran señal aparecida en el cielo […una] mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies”. Ella, en su maternidad, es la “más perfecta discípula del Señor” y la “gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América”. Es el ejemplo a seguir para que cada católico del continente se transforme en discípulo y misionero, eje del proyecto de la CELAM de Aparecida.
2.- En mor de la tradición, identifica la tilma de Juan Diego con el símbolo de la alianza de María con los pueblos americanos, cuyo más rico tesoro es Jesucristo. Patrimonio que se manifiesta en la “preciosa piedad popular” y en el “ethos americano” visible en la “conciencia de la dignidad de la persona”, el clamor de justicia, la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza contra toda esperanza.
3.- Guadalupe muestra a los pequeños, humildes y sencillos de corazón (Mt. 11, 21) como es Jesucristo, de igual forma en que lo anunciara en el Magníficat. Jesús trastoca los juicios mundanos y destruye los ídolos del poder, la riqueza, el éxito, la autosuficiencia, la soberbia y los “mesianismos secularizados que alejan de Dios”.
4.- María, con su alabanza, introduce las bienaventuranzas, “síntesis y ley primordial” del Evangelio. El futuro de América Latina debe forjarse por “los pobres y los que sufren”, los humildes, quienes tienen hambre y sed de justicia, los compasivos y de corazón limpio, cuantos trabajan por la paz y los perseguidos por causa de Jesucristo. En suma, por quienes “el sistema idolátrico de la cultura del descarte relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente desperdicio”, como en su momento hicieron con el Nazareno, “el gran descartado”.
5.- América Latina es el continente de la esperanza en acto, no sólo en discurso, para construir nuevos modelos de desarrollo “que conjuguen tradición cristiana y progreso civil”, justicia con equidad y reconciliación, desarrollo tecnológico con sabiduría.
6.- María anuncia al Señor porque es el “único libertador de nuestras miserias y esclavitudes derivadas del pecado”, piedra angular de la historia y quien nos llama a vivir como hijos y hermanos, abiertas las puertas de la “nueva tierra y los nuevos cielos” (Ap. 21, 1).
7.- El Papa cerró su homilía con una petición a Guadalupe: que conduzca a nuestros pueblos al encuentro con Jesucristo presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, de manera especial, en la Eucaristía.
Francisco marcó la ruta de la Iglesia en Europa desde el areópago de Estrasburgo. A nosotros, desde el Tepeyac. Al buen entendedor, pocas palabras.
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