Por Juan Gaitán |

He estado pensando a lo largo de la semana qué se puede decir acerca de Navidad que aún no haya sido dicho. Y es que es un hecho que el protagonismo de la fecha se lo lleva, en la mayoría de los casos, la reunión familiar.

Somos muchos los que hoy o mañana celebramos la Eucaristía, los que elevamos una breve oración al Señor y arrullamos al niño antes de cenar con un villancico, pero es verdad que la mayor parte del tiempo en estas fechas fijamos la atención en la convivencia familiar, sea con quien sea que Dios nos permita reunirnos alrededor de la mesa.

Entonces me pareció lógico que, por la mañana del 24 de diciembre, es conveniente detenerse un momento a pensar: ¿qué tipo de Navidad quiero este año? Las cuatro semanas de Adviento nos han servido de preparación para esto, pero me refiero a algo más concreto, a reflexionar ¿qué tipo de celebración familiar quiero tener esta noche?

Pensando en esto, creo que puede ser de gran ayuda un breve repaso por las diversas navidades de nuestra vida. ¿Cuáles han sido gratas y cuáles no tanto? ¿A qué se ha debido? Pero no se trata de recordar los tragos amargos, más bien de poner atención en la pregunta: ¿Cuál ha sido mi Navidad más feliz?

Una vez que te hayas respondido lo anterior, podrás resaltar las condiciones que dieron pie a esa Navidad tan alegre y emblemática. Quizá lo más destacado haya sido una reconciliación, o haberse reunido de nuevo después de algunos años de no haberlo hecho. También pudo haber un miembro nuevo en la familia o un particular ambiente de agradecimiento.

Tras llevar a cabo este ejercicio podrás notar que, aunque aquella bella Navidad se vivió en su momento concreto, hoy tenemos otra gran oportunidad de construir un recuerdo familiar, ambientado por el gozo cristiano, que dure para toda la vida.

 

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