Por Felipe de J. Monroy, Director de Vida Nueva México |

“Cuando comencé en esto, la religión aparecía muy de vez en cuando en los periódicos y siempre estaba ligada a la sección de sociales: se casaron fulanito y menganita, bautizaron al hijo de tal matrimonio, etcétera. Los ministros solo éramos ese sujeto sonriente en la fotografía, siempre con la casulla encima”. El comentario es de un veterano religioso mientras sigue las noticias.

El detonante de la charla es lo que publicamos el 16 de diciembre sobre el inicio de una nueva voluntad entre los líderes de Estados Unidos y Cuba para reanudar relaciones diplomáticas entre estas naciones profundamente distanciadas. En realidad, lo que llamó la atención al religioso es la preeminencia de la figura del papa Francisco en la concreción de acuerdos y en la búsqueda de los primeros pasos de una nueva etapa para ambos países. En ese momento recodamos las palabras del pontífice ante el parlamento europeo durante su visita a Estrasburgo y la repercusión política que causó su posicionamiento desde el Evangelio frente a las dinámicas contemporáneas de la política, el mercado y la globalización. Sucedió igual con su intervención entre los liderazgos de Palestina e Israel para buscar la paz, con su cercanía con personajes como José Mujica para denunciar el modelo de descarte humano, etcétera.

Pero no es solo el Papa. Obispos de todo el mundo, clérigos, miembros de la vida religiosa y movimientos laicales de inspiración cristiana llenan algunas páginas de los principales medios de comunicación desde su protagonismo en su contexto: Atención a migrantes, auxilio de frontera a enfermos, negociación para la construcción de paz o manifestaciones que buscan concretar en las políticas públicas los valores inalienables de la vida, el derecho humano, la libertad, la ética y la moral, hay un discurso religioso partícipe en ello. Algo de lo más reciente fue la Jornada “La Iglesia frente a la corrupción, la injusticia y la violencia” organizada por estudiantes e la Universidad Pontificia de México y que convocó a liderazgos poco cómodos para el Estado y la Iglesia misma. En el encuentro, académicos de mi propia casa de estudios, la UNAM, reconocían con vergüenza que una iniciativa así  –libre y plural- hubiera sido disuadida en nuestra universidad que se jacta de autonomía, pluralidad y vanguardia social. Sin embargo, paradójicamente, la libertad de asociación y manifestación fue posible en la universidad de los obispos de México, un centro educativo vinculado al Papa y a la Iglesia universal.

Por estos ejemplos, el hablar de la esfera religiosa y su servicio en las diferentes dimensiones sociales ha saltado de las páginas anecdóticas al horizonte político, cultural y económico de las sociedades.

Sin embargo, la inserción en la dinámica pública y política por parte de los miembros de las asociaciones religiosas requiere madurez para no confundir ni crear falsas expectativas de lo que significa ser una voz más en el concierto de opiniones con legítimo derecho de expresión y participación.

Adrien Candiard, fraile dominico, explica en el dossier de Religión y Razón de La Maleta de Portbou, que el fenómeno de integración de las religiones a la arena pública y mediática exige un cambio de principio de autoridad: “Expresar las diferencias desde la perspectiva religiosa no divide a la humanidad en muchas, sino que se trata de una humanidad común que comparte el uso de la misma razón. Cualquier opinión, incluso si es religiosa, es discutible desde la razón y negarla es respetar  una opinión pero no significa respetar a la persona que la sostiene. Si nos limitamos a manifestar nuestra creencia, invocamos una posición de superioridad basada en la experiencia, pero discutir con el otro es estar a su mismo nivel, solo así puedo demostrar que lo que piensa es falso y ese es un modo de tomar seriamente lo que el otro piensa. Intentar demostrar honestamente que el otro está equivocado significa también correr el riesgo de que se nos demuestre lo contrario. Exponer nuestras razones es correr el riesgo de mostrar en público la propia debilidad”.

En pocas palabras, el nuevo protagonismo de la Iglesia exige madurez, solo allí puede aportar para transformar y transformarse positivamente.

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