Por Fernando Pascual |
En sus primeros años de pontificado, el beato Pablo VI evidenciaba un binomio inseparable entre Cristo y la paz.
“¡Cristo es la paz! ¿Comprenderá algún día el mundo qué relación profunda y única establece este binomio: Cristo y la paz? ¿Comprenderá cómo el binomio se resuelve en la ecuación del apóstol Pablo: Cristo «es nuestra paz»? (Ef 2,14). Quizá sí. Esta es la esperanza del mundo, de la civilización” (Pablo VI, 25 de diciembre de 1965).
Cristo y la paz. Ante tanta sangre inocente, ante tantos odios e incomprensiones, ante tantas guerras e injusticias, ante tantos desprecios y marginaciones, el mensaje del Evangelio mantiene viva toda su fuerza sanadora.
Sí: Cristo es la paz que deseamos para tantos rincones del planeta, especialmente aquellos que casi no aparecen en medios informativos que dan mucho relieve a algunas víctimas y marginan de modo brutal a otras.
Cristo es la paz que no consiguen ideologías alejadas de la verdad ni propuestas religiosas que desprecian o ignoran el mensaje del Hijo amado del Padre.
Cristo es esa paz que rechazó la Jerusalén de su tiempo y que rechazan tantos pueblos hoy día: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos” (Lc 19,42).
Cristo es esa paz que nace del perdón, un perdón posible porque antes Dios nos perdonó a nosotros; un perdón que se ofrece incluso a los enemigos (cf. Lc 6,35-38).
No hay otro Nombre en la tierra que pueda traernos la salvación (cf. Hch 4,12), que nos permita alcanzar la deseada paz. Sólo cuando confesemos, con la boca y con el corazón, que Cristo es el Mesías (cf. Rm 10,9-13; Flp 2,10-11), el mundo superará los males del odio y las divisiones humanas, y empezará a vivir en la paz de quienes se reconocen como hijos de un mismo Padre que nos ama.