Por Fernando Pascual |

¿Es posible compaginar una buena teoría sobre la educación con el determinismo? La pregunta surge ante quienes hoy, como en otros tiempos del pasado, suponen que el ser humano actúa sometido a determinismos que anulan prácticamente su libertad.

El determinismo tiene diversos orígenes. Uno, en el materialismo, que cuenta con una tradición que arranca desde el mundo de los atomistas griegos de los siglos V y IV a.C. Otro, en aquellas teorías psicológicas que suponen que el comportamiento humano estaría controlado por las neuronas y las hormonas. Otro, en algunas visiones sociológicas, para las cuales la colectividad condicionaría de modo casi absoluto las decisiones individuales.

En cualquiera de sus formas, el determinismo es incompatible con las visiones que defienden la espiritualidad humana, la capacidad de pensar a través de conceptos abstractos y de escoger desde una voluntad libre. Porque las antropologías que defienden que el hombre puede actuar libre y responsablemente suponen, precisamente, que cada persona sería capaz de decidir más allá de lo que «impondrían» aquellos elementos o factores (materiales, psicológicos o sociales) que encuentra dentro o fuera de ella misma.

Desde luego, hay aspectos fijos que son inmodificables. Por más buenos deseos y por más que uno se ejercite, una persona de baja estatura no podrá jugar baloncesto como lo hace un profesional que mide más de 2 metros de altura.

Pero hay muchas otras facetas de la vida individual que surgen de las opciones tomadas desde la razón y la voluntad. Ciertos hábitos en la rutina diaria, decisiones sobre el estudio o el trabajo, relaciones con otras personas, lecturas que se realizan, actividades en Internet… dependen de la libertad de cada uno.

Aquí se coloca la educación. Es cierto que en las primeras etapas, cuando el niño es todavía muy pequeño, el educador (inicialmente los mismos padres) promueve comportamientos y habilidades que el niño ni escoge ni entiende, por falta de desarrollo en sus capacidades superiores. Pero más tarde, todo educador se da cuenta de que un niño, a partir de cierta edad, empieza a juzgar sobre lo que se le enseña y se le pide, y asume internamente algunos criterios y rechaza otros.

Por eso todo acto educativo, sobre niños o adolescentes que empiezan a vivir de modo racional, supone la libertad. Es decir, descarta las teorías determinista.

En esta perspectiva se colocan dos grandes retos educativos que buscan responder las siguientes preguntas: ¿cómo estar seguros de que lo que se busca transmitir al educando es correcto? ¿Y cómo lograr que entienda y acoja lo correcto desde una inteligencia cada vez más madura y una voluntad libre?

El determinismo es incapaz de entender esto, como es incapaz de comprender una auténtica visión ética. Pero si aceptamos una antropología que reconozca la libertad humana, todo educador tiene ante sí un reto enorme: ayudar a otros a avanzar hacia la verdad y hacia el bien, desde un pensamiento reflexivo y un carácter maduro y equilibrado.

 

 

Por favor, síguenos y comparte: