Por Juan Gaitán |
Dime cómo vives y te diré qué evangelio predicas. El anuncio de la Buena Nueva implica necesariamente un compromiso, un estilo de vida. La lógica indica que un testigo del Amor tendría que asumir el gozo de su convicción e irradiarlo.
Es válida la pregunta: ¿por el simple hecho de anunciar el Reino de Dios, esperamos que las personas lo crean y lo vivan? Parece que no. El anuncio, para ser creíble, ha de ir acompañado de signos concretos que lo respalden, que demuestren que en medio de un mundo plagado de males, el bien tendrá la última palabra. No se puede pretender hablar del Reino de los Cielos sin mostrar sus raíces en la tierra.
En esto consistió el éxito de la primera evangelización. Las comunidades cristianas primitivas (los primeros tres siglos) creaban un interés desbordante entre quienes los rodeaban. Su atención a los pobres, marginados y enfermos era un signo evidente de la presencia del Reino de Dios inaugurado en Jesucristo. ¡Miles de personas se convirtieron al cristianismo porque deseaban vivir con la convicción que los bautizados mostraban!
Como ya sabemos, el papa Francisco insiste una y otra vez en que la Iglesia es misionera en esencia. Así nació: para ir a predicar la fe, la esperanza y el amor. Una Iglesia en salida. Recuerdo esto porque, si somos cristianos, la tarea de anunciar y contagiar el gozo de la Resurrección no es un añadido a nuestra vida, sino que constituye su centro. De tal modo que conviene preguntarnos, ¿anuncio la Buena Nueva? Si no lo hago, ¿es porque no estoy convencido de ella o porque no logro comprometerme con el Evangelio?
En conclusión, dime cómo vives y te diré qué evangelio predicas. Tu estilo de vida, tus ocupaciones y preocupaciones, tus esperanzas y tu lenguaje han de ayudarte a responderte: ¿qué tipo de Buena Nueva transmites? ¿Lo que anuncias es el Evangelio de Cristo? ¿Es una Noticia Feliz para los jóvenes, los pobres, los marginados, los hambrientos, los discriminados, los abandonados, o es un tranquilizador de conciencias dominical?
Es útil recordar aquella frase que se atribuye a Francisco de Asís: Prediquen el Evangelio y, de ser necesario, utilicen las palabras.
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