Por Felipe de J. Monroy, Director de Vida Nueva México |
En política es mejor dejarse empatar y salir del encuentro con la ficticia sensación del ganar-ganar antes que humillar al adversario cuando se tiene la oportunidad; y es que la revancha y la venganza son –dice el clásico- platos que se sirven fríos y a nadie le gusta tener que tragar sapos.
La política mexicana ha adoptado esta convicción de cautela porque aún está muy lejano el horizonte electoral… del 2018; y aunque algunos tienen ya clara su estrategia de revancha, otros solo desean salir en la foto, limosnear lo que se derrame de la mesa. En el fondo, lamentablemente, lo único que se legitima con estas posturas es la medrosa e indiferente comodidad de los privilegios –y los privilegiados- ante el clamor de las muchas víctimas y miserables. Pocos, muy pocos, entienden de procesos democráticos, de madurez ciudadana, de responsabilidad, pluralidad y participación.
“Hay que escuchar a la sociedad”, recomendó el arzobispo de Acapulco, Carlos Garfias Merlos al presidente de la República, Enrique Peña Nieto, durante el encuentro que sostuvieron los obispos del Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y el mandatario en la residencia oficial el pasado 10 de marzo.
Buena falta le hace. No solo por el descenso en su popularidad, sino porque las decisiones que desde el ejecutivo prácticamente impone (ignoramos si por voluntad propia) al poder legislativo y judicial, elevan los niveles de crispación social, de desconfianza y de impunidad.
El fantasma de volver a un autoritarismo que aplasta a un Congreso de la Unión apocado y que coacciona a una Suprema Corte de Justicia condescendiente, alerta e inquieta a no pocos sectores de la población quienes advierten que una actitud así podría agudizar el conflicto social que padece el país.
Por eso el presidente mantuvo su marcador por debajo cuando se reunió con los obispos mexicanos. Se tiró al piso para que lo levantaran; y funcionó, el arzobispo de Mérida, Emilio Berlié, le confió: “Usted va bien. Siga haciendo el bien. Solo al árbol que da frutos le tiran pedradas”.
Peña quiso mantenerse en el margen de la derrota a mitad del partido, aceptando que en las diferentes urgencias nacionales no se han alcanzado los mínimos deseables; pero prometió remontar la pizarra. Todo es parte de la estrategia, les aseguró.
Para seguir con la metáfora, es como si en el medio tiempo, el director técnico de un equipo que va perdiendo por diez goles declarara: “Goles, llevamos pocos, quizá uno; pero qué golazo. ¡Fantástico! ¿Lo vieron? Con ese gol le daremos vuelta al partido”.
Ese golazo, para el presidente tiene nombre: las reformas estructurales.
En respuesta, el cardenal Francisco Robles, arzobispo de Guadalajara y presidente de la CEM: “reconoció los logros alcanzados por el Presidente de la República y los miembros de su Gabinete, en medio de una situación difícil por múltiples problemas añejos y un contexto global complejo”, según afirmó el propio organismo eclesial.
Los obispos agradecieron que Peña no tomara la actitud triunfalista que en su momento asumió Felipe Calderón frente al combate al crimen organizado, la pobreza, la injusticia o la crisis política pero no quisieron avasallarle con los muchos temas negativos propios de su administración y de otros poderes constituidos que continúan sin atención o, en el mejor de los casos, minimizados: la corrupción de funcionarios, la infiltración del crimen en las administraciones públicas, la violencia del Estado contra ciudadanos, el secuestro de la política por parte de poderes fácticos, la depreciación del peso, el crecimiento de la deuda pública, el entredicho de su persona y sus colaboradores por los legales pero inmorales contratos cedidos, la falta de mando sobre el ejército, los miles de desaparecidos y asesinados, la ruptura del Pacto Federal, la nula relevancia del país ante el extranjero, la aniquilación de la oposición, la criminalización de la protesta social y un largo etcétera.
Para el episcopado, las situaciones anteriores son apenas derivaciones de problemas más profundos; por ello, al tratarse de una reunión institucional, los obispos llevaron su propia agenda y estrategia para hacerle ver a Peña los temas que sí consideran apremiantes: la legislación pro derecho a la vida (presentada por el cardenal Norberto Rivera), la promoción de modelos de educación integral (expuesta por el cardenal Alberto Suárez), la exigencia de atención a víctimas y seguridad ciudadana (reclamada por el arzobispo Carlos Garfias), el llamado al combate a todo tipo de corrupción (convocado obispo Javier Navarro) y la demanda a una firme convicción para la erradicación de las pobrezas (requerida por el obispoSigifredo Noriega). Temas que invariablemente requieren procesos democráticos, madurez ciudadana, responsabilidad, pluralidad y participación.
El presidente tomó nota de las preocupaciones de los obispos y se comprometió a colaborar por el bien de México, a combatir a la corrupción, a asumir una política de defensa de la vida, a disminuir la pobreza y desigualdad, a redoblar esfuerzos en materia de seguridad… pero como estaba en su cancha, con su balón y ya iba ganando, decidió regalarles un penal y sin portero: “Ustedes los obispos –dijo- están sembrando las semillas de esperanza y optimismo”.