Por Jorge Traslosheros H. |

La paradoja que explica el dinamismo del pontificado de Francisco es sencilla: reformar en la ortodoxia. Hacerlo en armonía con la tradición de la Iglesia y en sintonía con el Concilio Vaticano II, vividos desde su impronta latinoamericana acorde al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM de Aparecida). El carisma del Papa salpimienta sus días; pero, su labor es mucho más que esto. Veamos tres aspectos.

1.- Francisco entiende la Iglesia desde su dimensión misionera, de cara a una humanidad profundamente lastimada por la dinámica cultural y económica de nuestros tiempos. Para entender su pontificado es conveniente no sólo dejar de lado la geometría política, también usar con cautela conceptos como reforma y revolución. Ayudan, pero son insuficientes por sí mismos para explicar un liderazgo primordialmente religioso.

Las palabras que mejor describen este pontificado son conversión y encuentro. Cualquier cambio empieza en el corazón de la persona por amistad con Jesús, para acudir al encuentro con otras personas. La transformación de las estructuras debe ser consecuencia de lo anterior, o difícilmente dará fruto.

2.- Francisco da mucho espacio a la sinodalidad dentro de la Iglesia, la cual no debe confundirse con parlamentarismo. Se asesora de ocho consejeros de distintas partes del mundo, del colegio de cardenales y del colegio apostólico formado por el común de los obispos. No obstante, es Pedro y se reserva la palabra final. Así lo hemos visto actuar en ámbitos delicados de la vida eclesial que han sido causa de justo desconcierto en el pasado reciente: las finanzas del Vaticano, la formación del Consejo para la Tutela de los Menores y la reforma a la Curia cuyas líneas maestras se darán a conocer en breve. Vive la colegialidad con intensidad y en esto sustenta su fuerte liderazgo.

3.- Francisco ha logrado algo que se antojaba muy difícil hasta hace poco. Ha recuperado el liderazgo de la Iglesia en el escenario internacional en los temas de paz y justicia. No es un asunto de pura estrategia diplomática, sino de autoridad moral ganada sobre la base de poner las cosas en orden dentro de casa, siguiendo los pasos de Benedicto XVI. En este particular, la autocrítica siempre será necesaria, como esencial la permanente reforma, para nunca volver a tropezar con tanta torpeza.

El Papa es voz potente en el diálogo entre cristianos desde el ecumenismo de la sangre, es decir, dando cara a las feroces persecuciones en Medio Oriente, como también a las de baja intensidad en Occidente y otras partes del mundo. Ha tendido puentes con el Islam moderado, con judíos y otras religiones. La imagen del Papa con los presidentes de Palestina e Israel, en el Vaticano, sembrando un olivo de la paz, resume la diplomacia de la Santa Sede entendida como forma superior de la caridad, según ha dicho Francisco. Un símbolo no agota la realidad, la representa y señala el rumbo.

No obstante, me parece que su logro más importante es habernos sacudido a los católicos desde el corazón. Nos ha recordado que la misericordia de Dios es provocación para ver el orbe entero como tierra de misión, desde las periferias de la humanidad; que no se puede ser católico sin ser discípulo del Nazareno. Como el buen pastor, Francisco ha caminado adelante, en medio y detrás de la Iglesia para guiar, acompañar y, al mismo tiempo, aprender de la sabiduría del rebaño para encontrar nuevas praderas, es decir, horizontes de esperanza.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @jtraslos

Por favor, síguenos y comparte: