Hoy en día la pena de muerte «es inaceptable, por grave que sea el crimen del delincuente» en cuanto «no hace justicia a las víctimas, sino que fomenta la venganza» y «para un Estado de derecho» eso «representa una derrota, porque le obliga a matar en nombre de la justicia». Francisco ha vuelto hoy a reiterar claramente y argumentar el no de la Iglesia a la pena de muerte, «delito contra la inviolabilidad de la vida y la dignidad de la persona humana, lo que contradice el plan de Dios para el hombre y la sociedad».
El Papa Francisco, quien en el pasado había hablado en contra de la pena de muerte, esta vez puso por escrito sus observaciones, contenidas en una carta entregada al Presidente de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, Federico Mayor, recibida esta mañana junto con una delegación de la Comisión.
En el documento, el Papa también expresó su agradecimiento por el compromiso de la Comisión para una «moratoria universal» de las ejecuciones, «en vista de la abolición de la pena de muerte».
Francisco también vuelve a repetir que «la pena de prisión perpetua, así como aquellas que por su duración conlleven la imposibilidad para el penado de proyectar un futuro en libertad, pueden ser consideradas penas de muerte encubiertas, puesto que con ellas no se priva al culpable de su libertad sino que se intenta privarlo de la esperanza». De la cadena perpetua como una «pena de muerte encubierta» Francisco había hablado, recuerda en la carta de hoy, el 23 de octubre de 2014, un encuentro con un grupo de la asociación internacional de abogados criminalistas. En aquella ocasión, recordó que «ya Juan Pablo II condenó a la pena de muerte», y agregó que, escribe de nuevo, «Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos obligados no sólo a luchar por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal, y en todas sus formas, sino también para que las condiciones carcelarias sean mejores, en respeto de la dignidad humana de las personas privadas de la liberta».
Los Estados, continuó el Papa, «pueden matar» con la guerra, con la ley penal o fuera de la ley, pero «la vida, especialmente la de los humanos, pertenece sólo a Dios. Ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante». «Dios no castigó a Caín con la muerte, ya que pide al arrepentimiento del pecador, no su muerte»
La pena de muerte también «pierde toda legitimidad» ante la posibilidad de error judicial, porque «la justicia humana es imperfecta». Y, finalmente, «con la aplicación de la pena de muerte se le niega al condenado la posibilidad de la reparación o enmienda del daño causado, la posibilidad de confesarse», «la conversión, el arrepentimiento y la expiación, para llegar al encuentro con el amor misericordioso y sanador de Dios».