Por Juan Gaitán |

No pienses en una manzana roja. No lo hagas. No… Lo hiciste, ¿cierto?

Ésta es una forma muy burda de explicar lo que sucede con el lenguaje prohibitivo. Recuerdo que cuando estudiaba la preparatoria, el libro El código Da Vinci adquirió una singular popularidad. Fue tanta la insistencia de los mismos noticieros católicos de internet en no leer esta novela, que terminé por devorarla en pocos días para satisfacer la curiosidad.

Recientemente ha sucedido algo similar con el libro (y la película) 50 sombras de Grey. He encontrado un montón de artículos que piden NO mirar este filme. No dejo de pensar con esto que la misma Iglesia nos convertimos en la mejor publicidad para este tipo de publicaciones. Somos pésimos mercadólogos para estos temas.

El sacerdote y doctor en Historia de la Iglesia, Roberto Jaramillo, comenta en la revista de investigación Efemérides Mexicana que uno de los grandes errores de los primeros evangelizadores en la Nueva España fue que protegieron tanto a los indígenas del mal ejemplo de los españoles, que estos se volvieron dependientes de los religiosos para asuntos de fe. Los indígenas fueron tratados como niños y nunca fueron formados para ser cristianos maduros.

Durante muchos siglos, la Iglesia acostumbró dictar normas morales a los fieles sin explicar las razones. Se hablaba de deberes, de mandamientos de la Iglesia que, de no cumplirse, conducen al fiel al pecado mortal. Esa metodología respondió a un contexto social que ha sido superado.

Si sigue siendo necesario el lenguaje prohibitivo para los católicos, ¿es porque no tenemos criterio para discernir por nosotros mismos? ¿Es que la formación como cristianos es poca y de mala calidad? ¿No sería lógico que un cristiano apasionado por el Reino de Dios se dé cuenta por sí solo de la moralidad y los riesgos que presentan libros como 50 sombras de Grey?

Pienso que la gran difusión que alcanzan artículos con lenguaje prohibitivo acerca de ciertas películas y libros, no son sino una mayor publicidad para los mismos, y un síntoma que exhibe cómo la gran mayoría de fieles católicos seguimos siendo niños en la fe que hay que proteger de los malos ejemplos.

 

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