OCTAVO DÍA | Por Julián López Amozurrutia |

La conciencia y la libertad personales nos hacen tener también una responsabilidad respecto a nosotros mismos. Algunos autores, por ello, no han dudado en desdoblar el mandamiento divino (¡y tan humano!) de «amar al prójimo como a mí mismo» en el deber de no sólo amar al prójimo, sino también de amarme a mí mismo.

Tal vez en los textos bíblicos no se encuentra explicitado de esa manera, porque se da por supuesto que una actitud natural es la del propio aprecio. Sin embargo, no se equivoca la psicología cuando pone en evidencia que muchas de las conductas enfermizas del ser humano se deben a una deficiente autoestima. Y aunque a veces muchas técnicas sugieren con este pretexto un ambiguo (o no tanto) individualismo, lo cierto es que no dejan en muchos casos de tener razón.

Entre las obras de misericordia espirituales se cuenta el «perdonar las injurias». Es una indicación por demás central en la vida cristiana, enseñada por Jesús incluso con una orientación totalizadora y heroica (¡perdonar setenta veces siete!), confirmada por las parábolas y aún por la oración del Padrenuestro. Por si fuera poco, proclamada desde la misma cruz («Padre, perdónalos…»)

Esta misma disposición del corazón respecto al prójimo es pertinente respecto a nosotros mismos. Aún reconociendo con objetividad los propios errores, e independientemente de sentido razonable que debe movernos a evitarlos y reparar sus consecuencias en cuanto nos sea posible, no es sano establecerse en una actitud que mantiene vigente y sin solución en el presente las propias faltas del pasado. Recuperar la paz y seguir adelante con esperanza es siempre la disposición más sabia.

El perdón de sí mismo no se confunde con la indolencia. Para que se dé auténticamente, pasa por el reconocimiento de la propia responsabilidad. No banaliza las acciones ni se planta cínicamente ante sus consecuencias. Pero tolerando la propia falibilidad, se propone un horizonte mejor, aprendiendo incluso de lo sucedido.

Los bloqueos que impiden el perdón de sí mismo son múltiples. A veces parten de la imagen que se tiene de sí mismo, otras generan la ilusión de obtener la reparación a partir del sufrimiento reiterado. En ocasiones son el reclamo por un bien perdido, o lamentan el daño generado a algún ser querido. De cualquier manera, lo más sensato es eliminar esos bloqueos y permitir que la vida continúe su flujo generoso.

Aunque no exista una técnica automática, hay varias disposiciones que ayudan. Ante todo, un sereno y humilde realismo. En el estado actual de nuestra naturaleza, errar es humano. Pero también es humano levantarse. Es pertinente de igual modo relativizar las opiniones de los demás. La vuelta a las propias culpas depende en ciertos casos de que nos sintamos juzgados, incluso por personas ajenas a la situación. En particular, renunciar a la propia actitud criticona ante los demás favorece mucho la percepción que tenemos de nosotros mismos. Con razón se dice que, contra lo que pueda parecer, quien continuamente emite juicios negativos sobre el prójimo guarda una enorme carga de amargura en sí mismo.

Buscar los múltiples signos de belleza y alegría a nuestro alrededor permite también superar el narcisismo que a veces se esconde en la dureza con uno mismo. Tender la mano a alguien nos descentra, pudiendo así dejar en segundo término lo que no tiene por qué ocupar tanto nuestro tiempo y energía.

En la fe, percibir a Dios como un Padre amoroso es la raíz más eficaz contra la intransigencia ante nosotros mismos. Cuando en nuestros propios afectos sanos nos damos cuenta de que somos capaces de adelantar el perdón precisamente porque amamos, sabernos infinitamente amados es el marco de la más tierna seguridad. Entonces se entiende más fácilmente por qué atreverse a pedir perdón al Señor por las propias faltas incluye el compromiso del perdón fraterno. Ese mundo de relaciones con Dios y con los hombres da la fuerza también para perdonarnos a nosotros mismos.

Publicado en el blog Octavo Día de eluniversal.com.mx, el 13 de marzo de 2015. Con permiso del autor.

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