Por Antonio Maza Pereda | Red de comunicadores católicos |

No sé si a usted le ha pasado, haber caído en las manos de un timador. Yo sí, afortunadamente pocas veces. Algunas veces  lo han intentado y me he salvado por suerte o incluso por no entender bien lo que me proponían. Lo que sí recuerdo es que en casi todas  las veces el timador me dijo repetidamente: “No desconfíe”, “Téngame confianza” y cosas por el estilo. Con los años, desarrollé una manía: cuando alguien me insiste en que no desconfíe, una especie de alerta interior me señala que ha llegado el momento de tener mucho cuidado.

Puede ser que esto no aplique en la política. Puede ser que tampoco aplique en el Gobierno. A lo mejor es injusto generalizar. Pero creo que no soy el único. “La mula no era arisca” dice el dicho ranchero; “pero la hicieron a palos”. Somos muchos los que desconfiamos. Y entre más nos dicen que no desconfiemos, más  crece nuestra desconfianza.

Recientemente, nuestros gobernantes han declarado que la ciudadanía no confía en el Gobierno. Algunas de estas declaraciones se han hecho a medios extranjeros, otras a medios  nacionales. Y estas declaraciones vienen de los  más altos niveles del Gobierno. Incluso se llegó a decir que aunque hubiera muchas reformas, de nada servirían si no hay confianza. Y tienen toda la razón; esto se ha demostrado hasta la saciedad. En un libro de Francis Fukuyama, haciendo comparaciones ente países o entre regiones de algunos países, se ve que las sociedades donde hay mayor desconfianza son también las que tienen menor desarrollo económico y social.

Lo novedoso de estas declaraciones es que se hayan hecho públicas. No es novedad que la ciudadanía desconfíe; lo nuevo es que los políticos reconozcan este hecho. Todo político que se respete se atribuye la representación del sentir ciudadano y la mejor  interpretación de lo que el pueblo verdaderamente quiere. No deja de ser una situación muy refrescante y promisoria el ver que los gobernantes salgan de su“encapsulamiento”  y reconozcan que no están en la misma sintonía que los gobernados.

Lo importante ahora es cuáles serán los siguientes pasos. Porque no se puede exigir la confianza. De poco sirve lamentarse de que no exista. En el extremo, este reconocimiento hasta podría servir de pretexto para la falta de éxito de las medidas del Gobierno: “Nosotros estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, pero con estos desconfiados no se puede tener los resultados que deberíamos”.

La confianza no se pide; la confianza se gana. Y se gana con hechos duros, con constancia, congruencia, paciencia. No es cuestión de mercadotecnia política, no se trata de manejo de imagen pública. No es a través de acontecimientos deslumbrantes. No hay caminos fáciles ni rápidos. Muchas décadas de promesas incumplidas, de expectativas creadas a sabiendas de que eran imposibles de cumplir, de verdades a medias y mentiras completas, no se van a borrar con una campaña publicitaria. La desconfianza es ya muy profunda. Las encuestas recientes muestran que ninguna de las fuerzas políticas tiene la confianza del electorado. Ni siquiera los partidos nuevos, que todavía no han tenido la oportunidad de decepcionarnos.

Y, tristemente, es un tema que va más allá de los políticos. De la misma manera se desconfía de la prensa, de empresarios, de militares y clero, de universidades, de ONG’s, de intelectuales. Más allá del grito de muchos: “Que se vayan todos”, hablando de los políticos, está siempre la respuesta como balde de agua fría:“Y entonces, a quién ponemos?”  Una sociedad que no confía en ninguno de sus dirigentes, donde desconfiamos de nuestros colegas, vecinos, conciudadanos y hasta nuestra propia familia, es una sociedad paralizada. No, no es casualidad que tengamos un crecimiento decepcionante en lo económico y en lo social. No es “nuestro destino”. Hemos engañado y sido engañados, nos han incumplido y nosotros tampoco hemos cumplido. Y los frutos ahora los estamos cosechando. Habrá que resembrar la confianza, cultivarla con esmero, protegerla, porque es muy frágil. Y, estoy seguro, renacerá más fuerte y auténtica.

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