Por Francisco Xavier Sánchez |
La resurrección de Cristo marca un parte-aguas en la vida del joven carpintero de Nazaret llamado Jesús. ¿Por qué? Porque después de su muerte algunos de sus seguidores consideraron que Jesús había sido un hombre bueno y justo –tal vez algún profeta– que había vivido haciendo el bien, pero que había muerto como todos los demás, y que todo se había acabado con su muerte, y que por lo tanto todo estaba acabado. San Lucas nos cuenta la tristeza de los caminantes de Emaús, que encuentran a un “extranjero” en su camino y que le manifiestan su tristeza por la muerte de su amigo: “Nosotros pensábamos que él sería el que debía liberar a Israel. Pero todo está hecho, y ya van dos días que sucedieron estas cosas.” (Lucas 24, 21).
Sin embargo con la muerte y sepultura de Cristo no todo estaba acabado. Jesús murió haciendo la voluntad de su Padre, ahora le tocaba a éste tomar el relevo. Los evangelistas nos cuentan que a las primeras horas del día domingo Jesús volvió a la vida (resucitó de entre los muertos) para continuar su obra en la persona de sus discípulos. San Pablo nos dice una frase muy importante con respecto a la resurrección de Cristo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe y también nuestra predicación” (I Cor 15, 14). ¿Por qué? Porque nuestra fe se apoyaría en el testimonio de un hombre mortal sin “respaldo” divino. Después de todo han existido hombres y mujeres que han hecho el bien, pero que han muerto y ahora sólo viven en nuestro recuerdo: Gandhi, Luther King, Madre Teresa, Mons. Romero, etc. La diferencia con respecto a la resurrección de Cristo es que los que creemos de verdad en su resurrección estamos seguros de que Él vive, no sólo en mi recuerdo y en mi cariño sino fuera de mí. El sepulcro está vacío. “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”. Preguntan los ángeles a las mujeres que lloran ante el sepulcro de Cristo. Y luego añaden: “No está aquí. Resucitó.” (Lucas 24, 5b-6)
Ser cristianos es estar convencidos de que la muerte, el mal y la injusticia no tienen la última palabra. Es tener la certeza de que no estamos solos cuando queremos seguir a Cristo en proyectos personales (dejar un vicio, alejarnos de una tentación, etc.), o sociales (luchar por una sociedad más justa), sino que Él está con nosotros y nos respalda. A Cristo no hay que buscarlo en el sepulcro de nuestro egoísmo o de una religión a nuestra medida, o en la tumba de nuestras comodidades, sino afuera: en el migrante, en el niño de la calle, en las movilizaciones sociales que buscan una sociedad más justa. La resurrección de Cristo es el preludio de una nueva humanidad en donde el paso por la muerte (egoísmo, lucha contra el hambre, la injusticia, la indiferencia al sufrimiento del otro, etc.) sea el camino que nos conduzca a la Vida en plenitud que Dios espera de nosotros.
Oración: “Señor dame la fortaleza para creer de verdad en tu resurrección. Para no confiar en mí sino en ti. Es decir para tener la certeza de que no estoy sólo. Saber que Tú caminas conmigo y que estando Tú conmigo ¿a quién o a qué podré tenerle miedo?. Y que en los momentos de tristeza y de soledad, el recuerdo del sepulcro vacío, inunde mi vida de alegría y de confianza en ti.” Amén.