Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |

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Estamos reunidos los obispos del país para nuestra asamblea ordinaria de Pascua, que ya es la 99, con el objetivo de revitalizar la opción preferencial por la evangelización de la juventud en México. El tema central es: Los jóvenes, destinatarios y protagonistas prioritarios de la nueva evangelización, en el contexto social post-moderno. Se nos propone: Acercarse, reconocer, escuchar y asumir la vida de los jóvenes en sus lugares vitales, para comprender sus situaciones y acompañarles. Dejarnos interpelar por su realidad, en busca de nuevos caminos para su evangelización.

Nos interesa y nos preocupa la situación que están viviendo muchos jóvenes. Hay casos dramáticos, como quienes están atados a las drogas y al alcohol; los que son enganchados por el crimen organizado para robar, traficar y matar; tantos casos de suicidios, porque no le encuentran sentido a su vida, o porque no sienten apoyo en su familia y sufren en soledad; los embarazos no deseados de adolescentes y jóvenes; los abandonados por sus padres y los migrantes. Muchos no tienen recursos para estudiar y sobreviven de empleos informales. Los jóvenes indígenas son fascinados por el mundo moderno y abandonan su cultura, su pueblo y sus padres; en las ciudades, se exponen a todo y sufren un desquiciante cambio cultural. Los hijos de campesinos ya no quieren trabajar la tierra, sino ganar dinero de otra forma. Algunos no han sido educados en la fe cristiana.

Por lo contrario, gozamos en esperanza por tantos jóvenes nobles, generosos, bien intencionados, preocupados por los pobres, dispuestos a sacrificar su tiempo, sus vacaciones y sus recursos para hacer algo por los demás. Muchos visitan a niños huérfanos, ancianos, abandonados, y les llevan alegría y alguna cosa más. Muchísimos integran coros juveniles y parroquiales, van a misiones, tienen iniciativas en favor de la comunidad. Desconfían de los partidos políticos, son críticos de la sociedad y de la Iglesia, y varios sufren profundas dudas sobre su vida y sobre su religión, con el peligro de caer en el indiferentismo, o en un relativismo que les deja a merced de sus pasiones. Aunque escasean las vocaciones consagradas, hay varios que optan por entregar su vida y su juventud a Dios y a la comunidad, en el sacerdocio y en las diversas formas de vida consagrada. Hay jovencitas, incluso indígenas, que optan por la vida contemplativa. Son una esperanza y una realidad.

PENSAR

El Papa Francisco dijo a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, en Brasil: “¡Quiero lío en las diócesis! ¡Quiero que se salga afuera! ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.

Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo… ¡No se los deja hablar, no se los deja actuar! Los jóvenes tienen que salir, tienen que hacerse valer. Los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores. ¡No se dejen excluir! ¿Está claro?” (25-VII-2013).

Y en su Exhortación sobre la alegría del Evangelio: “¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!” (EG 106).

“Es conveniente escuchar a los jóvenes. Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual” (EG 108).

ACTUAR

Escuchemos a los jóvenes. En la familia, no sólo hay que regañarles y amenazarles con un castigo si no llegan a tiempo, sino esforzarse por comprenderlos, por dialogar con ellos, lo cual no es tolerarles todo lo que hagan, sino sembrar en ellos, con amor y paciencia, los valores humanos y cristianos que nos inspira Jesús.

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