Por Francisco Xavier SÁNCHEZ |

La mejor edad para enamorarse de Cristo es la juventud. Claro está que cualquier edad es buena para dejarnos seducir por Él. Sin embargo la juventud reúne varios elementos que ayudan a tener un encuentro más profundo y sincero con el Señor, como son la libertad, la rebeldía y el idealismo.

Ser joven es ser libre. Es experimentar todo un abanico de posibilidades en nuestra vida. Es como encontrarse en un campo donde hay muchos senderos posibles por tomar: ¿Qué estudiar? ¿Con quién salir? ¿Qué hacer de mi vida? Es experimentar –como dice el filósofo Sören Kierkegaard– la angustia ante la decisión, pero también la alegría de la diversidad de opciones. Conforme vamos avanzando en la vida nuestras opciones se van reduciendo. A mi parecer las decisiones principales se toman entre los 15 y los 25 años de edad. Un deporte, un tipo de música, tomar o no tomar, fumar o no fumar, una carrera, una novia, una esposa, una profesión, un trabajo, etc.

Ser libre es no dejarse encerrar en los dogmas establecidos sino ser creativos y abiertos. Un joven pierde su juventud cuando se instala, cuando se vuelve conformista, cuando él mismo se corta las alas. Por eso hay varios adultos e incluso ancianos que siguen siendo libres, y varios jóvenes que ya han envejecido cuando han perdido su libertad. Jesús fue el hombre libre por excelencia, alguien que supo inventar, alguien que no se instaló en las normas políticas ni en los dogmas religiosos de su tiempo, por eso es seduce tanto a los jóvenes cuando se le conoce.

Ser joven es ser rebelde. Es tener rabia por la manera cómo está organizado el mundo. Poquitos que tienen de sobra y la mayoría que prácticamente se mueren de hambre, políticos y servidores públicos corruptos, calentamiento global, guerras, etc. No es que el mundo esté mal hecho, somos los seres humanos quienes lo hemos administrado mal. Amo a México mi país, pero siento que está hecho una “mierda”. Lamento escribir esta palabra pero no he encontrado otra mejor que pueda describir el nivel de descomposición moral, política y económica en que vivimos. Y lo peor de todo es que los jóvenes se acostumbren al olor del excremento.

Ser joven es sentir hervir la sangre de coraje ante las injusticias sociales, ante dogmatismos religiosos que aprisionan a los hombres en vez de liberarlos, ante sistemas económicos que explotan y llevan a la miseria a millones y millones de hombres. Un joven pierde su juventud cuando pierde la capacidad de indignarse. Jesús ha sido el rebelde por excelencia. Alguien que no dejó de criticar el egoísmo y el aburguesamiento de su tiempo, por eso no deja de seguir atrayendo a los jóvenes cuando lo conocen.

Ser joven es ser idealista. Es soñar, imaginar y anhelar un mundo más justo, un país mejor, ser cada día más buena persona. Es saber que otro mundo es posible y comprometerse para conquistarlo. Por eso las grandes revoluciones en el mundo han comenzado con los jóvenes. Dejar de ser joven es conformarse, caer en la apatía y pensar que la realidad es así y que ya nada se puede hacer para cambiarla.

Ser joven es ser inventivo y propositivo. Es inscribirse en la lista de los grandes utopistas de la humanidad que lucharon por construir un mundo más humanos que como ellos lo encontraron, como Sto. Tomás Moro, Gandhi, Luther King, o el Beato Oscar Arnulfo Romero, por citar sólo algunos nombres. Un joven pierde su juventud cuando deja de soñar. Jesús ha sido el más grande idealista de la historia. Alguien que llamó a su proyecto el Reino de Dios. Un Reino de paz, de justicia y de fraternidad, que empieza como una semillita en el corazón de cada hombre.

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