Por Luis García Orso, SJ |

Uno de los grandes científicos del siglo XX y que aún vive (nació en 1942) es Stephen Hawking. Se interesó desde joven por la física cuántica y la cosmología, en particular por hacer avanzar los estudios sobre el origen del universo. Jane Wilde, que fuera su esposa treinta años, escribió las memorias de su vida con Hawking, memorias en que se basa esta película.

Esta perspectiva logra darle un tono muy cercano, cálido y emotivo al filme. La historia filmada abarca desde 1963, cuando ambos estudiaban en Cambridge, hasta 1988, cuando Hawking publica Una breve historia del tiempo. El aspecto científico de las investigaciones está tratado muy sumariamente; la cualidad mayor de la historia es la relación de la pareja, en que brillan por igual el genio y la perseverancia de Hawking, como el apoyo amoroso y fuerte de Jane: “Vamos a pelear juntos”, dice ella y lo cumple. La complementariedad positiva de ambos aparece desde el inicio de la historia cuando él manifiesta su interés por la física y el universo y ella lo hace por el arte y la religión. Cuando siendo aún tan joven Hawking es diagnosticado con un problema motoneuronal irreversible y con escasas probabilidades de vida, Jane será el soporte fundamental para que él siga adelante, dando la batalla por la vida y por la investigación.

Si Hawking se pregunta qué mueve el universo, la respuesta irá más allá de las profundas y complejas teorías que él va encontrando; la respuesta no se conseguirá sin la esposa fuerte y amorosa que está detrás del científico, una gran mujer detrás de un gran hombre. Si Hawking estudia el misterio del universo, hay un misterio mayor: el del amor y el del dolor, ante los cuales no valen explicaciones.

Redmayne y Jones logran transmitir esta comunión de vida en pareja y de riqueza de personalidades. La actuación de él es sobresaliente: tuvo que aprender a paralizar, desencajar y limitar cada parte de su cuerpo para recrear al verdadero Hawking y, a la vez, comunicar el enorme espíritu que lleva dentro. El realizador del filme, James Marsh, ha tenido el tino de dirigir no sólo de las mejores actuaciones del año, sino de dar el ritmo narrativo, estilo, colores y fotografía, para hacernos cercana, humana y emotiva una historia, que podría haber sido muy estridente por la situación de enfermedad, o muy fría por tratarse de ciencia. Todo lo contrario: la realidad nos va mostrando al mismo tiempo la enorme fortaleza y magnanimidad de que somos capaces hombres y mujeres, así como nuestra propia fragilidad como seres humanos.

 
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